Raúl Trujillo, una leyenda viva de la lucha grecorromana en Cuba, soltó la lengua sin tapujos y dejó al descubierto, con dolor y dignidad, el desastre que vive hoy el deporte en la isla. En una entrevista reciente en el programa “Pidiendo pista”, este hombre que ha sido padre, guía y sostén de gigantes como Mijaín López, no se centró en las medallas ni en los aplausos… sino en las miserias que arrastra el sistema deportivo estatal, ese que antes presumía de sus glorias y hoy apenas puede ofrecer un techo decente.
Trujillo no vino con cuentos. “Ni siquiera vivo en La Habana”, soltó como quien ya está acostumbrado a sobrevivir entre el olvido y la ingratitud. Desde los 11 años se entregó por completo a su vocación, pero ni eso ha bastado para que el Estado cubano lo trate con el respeto que merece. A sus 71 años, sigue becado, porque el régimen ni siquiera ha sido capaz de darle una vida digna tras décadas de sacrificio.
Uno de los momentos más crudos —y tristemente graciosos— fue cuando recordó con ironía:
“En mi época, el recuperante era azúcar prieta. Y era bueno. Pero hasta eso ahora está difícil.”
La frase, que ha rodado por redes como pólvora, encierra una realidad brutal: la escasez lo devora todo, desde la comida hasta los suplementos esenciales. El deporte en Cuba sobrevive, literalmente, con lo que aparece. Y lo que aparece, cada vez es menos.
En medio de la preparación olímpica, cuando uno esperaría condiciones mínimas para entrenar a un campeón, el colmo fue que le cerraron el gimnasio del Cerro Pelado. ¿La solución? Entrenar a Mijaín en una discoteca improvisada en Varadero. Con música, espejos y todo. Y aun así, lograron el milagro.
“Nunca dudé de él”, dijo con orgullo, como quien sabe que el talento, cuando se combina con voluntad, puede vencer hasta la miseria institucional.
Pero Trujillo también alzó la voz por los suyos, por esos entrenadores que el régimen invisibiliza sistemáticamente. “El atleta gana, pero, ¿y quién lo preparó? A veces, hasta en las fotos te borran”, denunció sin rodeos. En un sistema que solo quiere cámaras cuando hay oro, el sudor que forma campeones queda fuera del encuadre.
Y como si no bastara con el abandono, denunció una realidad todavía más preocupante: la fuga constante de talentos. “Mientras más alto se llega, más te quieren quitar a los atletas. ¡S.O.S! Nos están robando los muchachos.” Un llamado de emergencia que apunta al desgobierno total que vive el INDER, cada vez más descompuesto, más podrido.
Raúl habló también de su vida personal, con la nostalgia del que dio todo y recibió migajas. Recordó cómo se crió entre mujeres en una peluquería —“y ahora no tengo pelo, que es lo más grande”— y cómo la cultura le dio un sentido más amplio a su formación: museos, ballet, arte… cosas que hoy el régimen ha reemplazado por monotonía y abandono.
Según él, la disciplina es la navaja que define el destino, pero incluso la mejor navaja se oxida cuando no hay condiciones para cortar.
Aunque el cansancio se le nota en la voz, Trujillo sigue de pie, con el alma pegada al pueblo. “No puedo abrazar a Cuba con los brazos, pero sí con las palabras.” Y esas palabras, cargadas de verdad, pesan más que cualquier medalla.
Su testimonio no es solo una crítica directa al régimen, sino un grito de dignidad que retrata con precisión el colapso del sistema deportivo cubano, ese que un día se creyó potencia, y hoy sobrevive —cuando puede— gracias al corazón de gente como Raúl.