Hace más de dos años, la vida de Carlos Limendú Torres, un entrenador de paradeportes de solo 24 años, cambió de golpe. Literalmente. Un rayo lo alcanzó mientras esperaba transporte en su natal Remedios, Villa Clara, dejándolo al borde de la muerte y con secuelas que pocos imaginarían soportar.
Carlos no recuerda nada de aquel momento, y su único testigo fue un niño —uno de sus alumnos— que estaba a su lado cuando el rayo lo derribó. Fue un milagro que sobreviviera, pero las secuelas fueron devastadoras: quedó parapléjico, con quemaduras severas, sin poder tragar bien, con hipersalivación constante… y sin voz. Una estenosis traqueal, provocada por la prolongada ventilación mecánica a la que fue sometido, le arrebató el habla.
“Estuvo mucho tiempo con traqueostomía. No podía ni hablar ni respirar por la vía natural”, explicó su madre, Raquel, quien ha sido su sostén desde el primer día. Para colmo de males, en La Habana nunca encontraron solución.
Fue el propio Carlos, desde su silla y sin voz, quien descubrió una esperanza. Navegando por internet, dio con un equipo médico en Cienfuegos que realizaba las cirugías que él necesitaba. Sin perder tiempo, contactó directamente con ellos y les contó su caso.
Contra viento y marea, el equipo lo aceptó
El doctor Daniel Olivera Fajardo y el doctor Alejandro Díaz González asumieron el reto, a pesar de que el cuadro clínico no era nada fácil. Además de la estenosis, Carlos sufría de traqueomalacia y problemas en la faringe. La cirugía fue delicadísima: hubo que cortar el tramo dañado de la tráquea y unir los extremos sanos. Un procedimiento de alto riesgo que solo se logra con un equipo bien entrenado, buena anestesia y, sobre todo, voluntad.
Hoy Carlos vuelve a hablar.
Su voz es débil, pero su mensaje es poderoso: “Quiero volver a trabajar, aunque sea en silla de ruedas, pero con mi voz”, dice, emocionado. A su lado, su madre lo cuida y lo ayuda a pronunciar cada palabra sin forzar lo que ha recuperado con tanto sacrificio.
La resiliencia de Carlos resalta aún más en medio del desastre del sistema de salud cubano, donde un joven con ganas de vivir tuvo que buscar por su cuenta una cirugía vital, porque en los hospitales de referencia nacional no le ofrecieron ninguna alternativa real.
No es el único caso marcado por los rayos en Cuba
Carlos tuvo suerte. Vivió para contarlo. Pero no todos corren con la misma. A principios de junio, una tragedia estremeció a la provincia de Artemisa, cuando dos adolescentes de 13 y 16 años murieron tras ser alcanzados por un rayo mientras jugaban fútbol en el Barrio Pita, municipio de Bauta. Un tercer menor también perdió la vida ese mismo día, en otro hecho separado.
La vida en Cuba es una ruleta rusa, y no solo por los apagones, la comida o la represión. También por un sistema incapaz de garantizar una atención médica oportuna y digna. Lo de Carlos fue una excepción, no la regla. Pero su historia demuestra que la voluntad, la lucha personal y el deseo de vivir aún pueden brillar incluso entre tanto abandono.
Y como dice él mismo, ahora que volvió a hablar: «Pa’ lante, que rendirse no es opción.»