Justo cuando las críticas por el desastre turístico en Cuba están más calientes que el sol del Caribe, la cadena canadiense Sunwing Vacations ha sorprendido con una jugada inesperada: el estreno de nuevos alojamientos “de lujo” en la isla, incluyendo los primeros bungalows flotantes del país, en Cayo Guillermo, y la ampliación de su resort familiar en Holguín.
La noticia, recogida por el medio especializado Travel Press, llega con un sabor a contradicción. No hace ni seis meses, la misma Sunwing sacó de su oferta nada menos que 26 hoteles cubanos, y lo hizo con razones más que justificadas: pésima calidad, apagones, comida escasa, mala atención y un descontento creciente entre los clientes. Tan grave es el panorama que el propio gobierno de Canadá ha desaconsejado viajar a la isla, alertando sobre el deterioro de los servicios médicos, el colapso energético y la inseguridad que crece bajo la alfombra del castrismo.
Y, sin embargo, Sunwing vuelve a apostar por Cuba, aunque no por esa Cuba real que sufre en silencio, sino por la postal maquillada y blindada de los cayos, operada en estrecha colaboración con el todopoderoso Grupo GAESA, el pulpo empresarial controlado por los militares cubanos que manejan más del 70% de la economía dolarizada del país.
Mientras en los barrios cubanos no hay luz, no hay pan y no hay medicamentos, el nuevo Playa Luxury Cayo Guillermo promete villas flotantes con vino espumoso de cortesía, sauna, yoga, bares exclusivos y un nivel de confort que roza lo insultante frente a la miseria que vive el pueblo. Por su parte, el Playa Pesquero Resort Suites and Spa, en Holguín, se pinta como una alternativa para familias con «experiencias culturales» y todo incluido, pero enmarcado en un país donde la cultura sirve de excusa para tapar la represión y el control estatal.
Mientras venden la idea de unas vacaciones idílicas, las denuncias por agresiones sexuales dentro de hoteles cubanos siguen generando alarma. En Canadá ya se habla abiertamente del riesgo de viajar a la isla, tras casos impactantes ocurridos en Varadero y Cayo Coco. Las respuestas de los hoteles, según las víctimas, han sido negligentes y hasta cínicas, sin garantías legales que respalden a los turistas ni mecanismos serios de denuncia.
Este espejismo de lujo se produce, además, en medio del colapso absoluto del turismo cubano. Las cifras oficiales hablan por sí solas: solo un 24,1% de ocupación hotelera en los primeros tres meses de 2025, una caída del 29,3% en el número de turistas respecto al año anterior, y una reducción del 21,5% en los ingresos por turismo. Todo esto ocurre mientras el régimen sigue vendiendo humo y aferrándose a una industria que ya no seduce ni convence a nadie.
Pese a la caída libre de su reputación, Cuba aún aparece en catálogos turísticos como un destino “auténtico” y “asequible”, pero cada vez más viajeros se hacen la misma pregunta: ¿vale la pena apoyar una dictadura a cambio de sol y playa?
La paradoja es brutal. Mientras millones de cubanos resisten con lo justo, sobreviviendo a apagones, hambre y represión, los hoteles de GAESA se visten de gala para ofrecerle a los turistas una Cuba de cartón-piedra, diseñada para que no vean la realidad ni por el retrovisor. Pero esa burbuja de confort tiene un precio muy alto, y no solo económico. Es un precio moral.
Y aunque los bungalows floten sobre el agua, el país entero sigue hundido bajo el peso de un sistema que ha convertido hasta el turismo en otra forma de lavado de imagen. Cuba, lejos de ser un paraíso, se ha convertido en una vitrina rota, sostenida por propaganda, negocios turbios y complicidad extranjera.
Porque al final, por muy bonito que se pinte un hotel, si la verdad se esconde bajo la alfombra, el lujo no es más que una mentira con aire acondicionado.