Tapachula, ese rincón del sur de México, se ha convertido en algo que pocos hubieran imaginado: un refugio inesperado para miles de cubanos que, cansados de la escasez, la represión y el silencio impuesto en la isla, han llegado allí buscando rehacer sus vidas. Libertad, trabajo, poder hablar sin miedo, abrir un negocio o simplemente estudiar… son sueños que, aunque lejos de casa, empiezan a convertirse en realidad para muchos.
Así arranca un extenso reportaje publicado por el Diario del Sur, el medio más importante de esa ciudad fronteriza, que nos revela cifras sorprendentes: más de 13 mil cubanos están varados en Tapachula, según datos de la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas de la Secretaría de Gobernación. Y ojo, no todos están en la misma situación. Algunos ya consiguieron residencia permanente, otros tienen la famosa Tarjeta por Razones Humanitarias (TRH) o están en trámite. Pero casi 6 mil cubanos siguen en condición irregular, lo que los expone a un mundo de problemas legales y sociales.
Pero a pesar de todas las dificultades, la presencia cubana cada vez se siente más fuerte en Tapachula. “Esto dejó de ser solo un lugar de paso; ahora es también un lugar donde echan raíces”, asegura el reportaje.
Y es que Tapachula se ha convertido en el punto de llegada para miles de cubanos que salieron de su isla en busca de algo que allá simplemente no podían tener: libertad. Son hombres y mujeres de todas las edades que, hartos de la falta de comida, medicinas y oportunidades, decidieron abandonar el país que aman, pero que —según ellos mismos— los tenía asfixiados.
Muchos de estos cubanos llegaron a México vía Nicaragua, aprovechando que ese país no les exige visa. De ahí siguieron su travesía por tierra, cruzando varias naciones hasta llegar a la frontera sur mexicana. Otros vivieron la odisea de cruzar la temida selva del Darién, uno de los pasos más peligrosos de todo el continente, poniendo en riesgo sus vidas por un futuro mejor.
Hoy, Tapachula es una ciudad donde se mezclan acentos, donde en cada esquina se escuchan frases cubanas y donde los migrantes isleños intentan reconstruir sus vidas. Allí viven más libres, sus hijos estudian y ellos trabajan duro para salir adelante. Algunos incluso ya mandan ayuda económica a sus familias en la isla.
Las cifras oficiales son impactantes: 13,779 cubanos tienen algún tipo de documento migratorio. De esos, 1,533 cuentan con residencia temporal, mientras que 3,915 ya tienen la residencia permanente. Otros 2,228 recibieron la Tarjeta por Razones Humanitarias, un salvavidas para quienes están en situaciones vulnerables y necesitan protección legal y acceso a servicios básicos.
Pero aún quedan 5,959 cubanos en situación irregular, es decir, sin papeles vigentes, lo que los mantiene en una vulnerabilidad tremenda y siempre bajo el riesgo de deportación. Sin embargo, activistas y organizaciones civiles dicen que estas cifras oficiales se quedan cortas y que la cantidad real de cubanos en Tapachula es mucho mayor. Muchos no se registran por miedo, por desconfianza o simplemente por falta de información.
Así lo explica Luis García Villagrán, del Centro de Dignificación Humana AC, quien asegura que muchísimos cubanos ya están plenamente integrados en la vida local: trabajan, alquilan casa, ofrecen servicios y contribuyen a la economía de la ciudad, aunque no figuren oficialmente en ningún papel del gobierno.
Entre los testimonios conmovedores destaca el de Karina Paz, una cubana que ahora vende café en las calles de Tapachula. Con su acento caribeño y una sonrisa, grita “¡Café, café fuerte, café cubano!”, atrayendo a los curiosos. Karina cuenta que en Cuba ni podía quejarse sin que la persiguieran o le cerraran su negocio. “Aquí en México, aunque no es mi país, me siento libre. Trabajo, gano mi dinerito y nadie me acosa.”
Para la mayoría de estos cubanos, la mayor ganancia al emigrar ha sido la libertad de expresión. Poder opinar, criticar o simplemente decir que algo está mal sin temor a represalias es, para ellos, un lujo. Además, muchos cuentan que el trato en Tapachula ha sido humano, con asesoría legal, atención médica y programas de ayuda por parte del gobierno mexicano. Algunos, incluso, aseguran que no cambiarían la libertad que tienen en México ni por irse a Estados Unidos, sobre todo ante los vaivenes políticos que hacen que el sueño americano parezca cada vez más incierto.
Y así, mientras venden café, montan negocios o trabajan en oficios varios, los cubanos van dejando su huella cultural en Tapachula. En plazas, mercados y parques, su música, sus frases como “Asere, ¿qué bolá?”, y sus sabores caribeños ya forman parte del paisaje local. Tapachula, sin proponérselo, se está convirtiendo en una pequeña Cuba… ¡pero libre!