En otro episodio más del cinismo represivo del castrismo, la doctora Nelva Ismarays Ortega Tamayo, esposa del líder opositor José Daniel Ferrer, fue detenida este miércoles junto a sus hijos cuando intentaba llegar a la prisión de Mar Verde, en Santiago de Cuba, para exigir una fe de vida del reconocido disidente.
La denuncia la hizo pública Ana Belkis Ferrer, hermana del opositor, quien desde las redes sociales alertó sobre el secuestro: “Dos sicarios castristas detuvieron a Nelva y la condujeron a paradero desconocido”, escribió, mientras el país y el mundo vuelven a preguntar ¿dónde está José Daniel Ferrer?
El régimen calla, pero la violencia habla por él
El caso de Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), se ha convertido en símbolo de la represión más brutal. Reencarcelado desde abril, tras la revocación arbitraria de su libertad condicional, ha sido sometido a aislamiento, maltratos, golpizas y privaciones extremas, según ha denunciado su familia.
Su estado de salud es desconocido, y las autoridades han bloqueado sistemáticamente cualquier intento de contacto familiar. Ni visitas, ni alimentos, ni productos de higiene han podido hacerle llegar. Mucho menos una simple prueba de vida.
La propia Nelva, junto a sus hijos, fue a exigir respuestas… y el régimen, como ya es costumbre, respondió con más represión y más silencio.
Un preso que desafía desde la oscuridad
Ferrer no solo es un prisionero político. Es una piedra en el zapato del régimen, alguien que no se doblega. Su huelga de hambre reciente fue un grito contra la podredumbre del sistema penitenciario cubano, donde la comida envenena, el agua enferma y la ley es puro decorado.
Según denuncias de su hermana, las autoridades trasladaron a reos violentos desde la prisión de Boniato con la intención de agredirlo físicamente, una estrategia cobarde y criminal usada por el régimen para maquillar la represión con manos “ajenas”.
El castigo contra Ferrer no es solo por sus palabras, es también un mensaje del régimen: el que se levanta, se apaga. Pero ese mensaje cada vez tiene menos efecto, porque la indignación nacional e internacional crece, y el miedo se va quedando del lado del poder.
Ecos que cruzan fronteras
Desde Miami hasta Bruselas, la causa de Ferrer sigue resonando. Legisladores estadounidenses como Rick Scott y María Elvira Salazar, así como la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, han denunciado el caso con fuerza.
Scott fue directo: “Debemos exigir prueba de vida y atención médica urgente. El mundo está mirando”. Salazar, por su parte, no se contuvo: “Esto es barbarie. Es hora de que se condene sin tibieza a estos matones”.
La comunidad internacional ya no se traga el cuento del “bloqueo” como excusa. Lo que se ve en Cuba es una dictadura moribunda, pero violenta, que reprime con saña y encierra a quien se atreva a pensar distinto.
Una familia en resistencia, un país al borde
Mientras Ferrer sigue aislado, y su esposa fue detenida arbitrariamente, su hija mayor, Fátima Beatriz, asumió el cuidado de su hermanito menor y decidió regresar a la sede de UNPACU. Ahí, sin miedo, sigue la batalla. Porque el régimen podrá encarcelar cuerpos, pero no sabe cómo encerrar la voluntad.
Ferrer ha sido arrestado múltiples veces, la última por participar en las históricas protestas del 11 de julio, esas que aún duelen en la élite del poder porque mostraron al mundo lo que muchos sabían: Cuba está harta.
En enero de este año, fue liberado momentáneamente como parte de una maniobra del régimen para limpiar su imagen internacional y salir de la lista de patrocinadores del terrorismo, pero solo unos meses después, ya lo tenían otra vez entre rejas.
Esta es la Cuba real: donde los presos políticos siguen desapareciendo, las familias son perseguidas y la verdad se paga con cárcel.
Y a pesar de todo, el régimen sigue hablando de «revolución» y de «soberanía», mientras tortura a un hombre por atreverse a pensar con su cabeza y hablar con el corazón. Pero por cada Ferrer silenciado, hay un pueblo que grita más fuerte.