Desde su cocina y con la claridad de quien no está vendiendo cuentos, el tiktoker cubano Jonix Dose le puso cifras al drama del plato más básico que uno pueda imaginar en Cuba: arroz blanco, huevo frito y plátano. Lo que siempre fue una comida sencilla y al alcance de cualquiera, hoy se ha convertido en un almuerzo de ricos en medio del caos económico que azota a la isla.
En su video, Jonix desgrana los precios como si estuviera narrando una película de terror. Un solo huevo puede costar hasta 100 pesos cubanos, y eso con suerte. Una mano de plátanos, que antes se conseguía por monedas, ahora ronda los 350. ¿Y el arroz? Dependiendo de si es a granel o de los paqueticos importados, puede costarte desde 300 hasta 800 pesos por libra. Sí, leíste bien: hasta 800 pesos por un poquito de arroz blanco.
“Esto es lo que hay”, parece decir Jonix, sin quejarse ni exagerar. Su forma relajada contrasta con la crudeza del mensaje: comer en Cuba es una batalla diaria, y no hay nada que indique que eso vaya a cambiar pronto.
La escasez como política de Estado
El video del tiktoker se ha hecho viral porque conecta con algo que viven millones de cubanos: la imposibilidad de poner un plato decente sobre la mesa. Mientras el régimen repite el estribillo vacío de la “soberanía alimentaria”, los datos oficiales retratan una catástrofe disfrazada de promesas.
Solo hay que mirar el caso de Ciego de Ávila, que pasó de producir 120 millones de huevos en 2016 a apenas 16 millones en 2024. Un desplome de escándalo. Y eso que han intentado de todo: los famosos “huevos cooperados”, siembras locales de arroz, discursos motivacionales… pero los mercados siguen vacíos y los precios, por las nubes.
Comer arroz con huevo, ese símbolo de la comida humilde, ya ni siquiera es opción para muchos. Y el gobierno, en vez de ofrecer soluciones reales, se esconde detrás de su propaganda hueca, culpando al embargo o al clima, como si los cubanos no supieran ya dónde está la raíz del problema.
Una denuncia sencilla, pero poderosa
Lo que hace Jonix con su video no es solo compartir precios. Es una denuncia disfrazada de cotidianidad, una forma directa de decir: “esto está mal y todos lo sabemos”. Sin gritar ni usar consignas, retrata con naturalidad el día a día del cubano común, ese que lucha para sobrevivir con lo poco que hay, mientras unos pocos en el poder siguen llenándose la panza a costa del pueblo.
Y es que en una Cuba donde cada vez es más difícil hablar claro, gestos como este se vuelven importantes. Porque no hace falta un discurso político para mostrar el fracaso: basta con grabar el precio de un huevo.
En tiempos donde todo está tan caro, la voz de los que cuentan lo que pasa desde su cocina vale más que mil conferencias de prensa. Y ese arroz con huevo que antes era símbolo de sencillez, hoy es otra prueba de cómo el castrismo ha convertido la supervivencia en lujo.