En plena ola de apagones y sin una gota de agua en los grifos, los vecinos de Guanabacoa dijeron basta y salieron a la calle. Pero como ya es costumbre en la Cuba de los Díaz-Canel y compañía, la respuesta fue palos, gritos y arrestos. Al menos cinco personas fueron detenidas desde el pasado domingo, en un nuevo capítulo de represión brutal contra quienes se atreven a levantar la voz.
La organización independiente Cubalex confirmó la noticia y no se anduvo con rodeos: la dictadura sigue criminalizando el descontento ciudadano con detenciones arbitrarias, violencia policial y silenciamiento forzado.
Entre los arrestados está una familia entera, liderada por Hiromi Moliner, una madre que, para colmo, está convaleciente de un cáncer de mama. Su esposo, conocido como “El Nene”, y sus dos hijos mayores, Donovan y Deyanira, también fueron detenidos. Junto a ellos, cayó en manos de la Seguridad del Estado Sunamis Quintero García, madre de dos niños pequeños. ¿El crimen de todos ellos? Exigir lo más básico: luz, agua y dignidad.
Villa Marista, ese siniestro agujero del régimen, es ahora su paradero. Nadie sabe de ellos. Nadie ha podido hablarles.
En el caso de Quintero, los testimonios son escalofriantes. Tres agentes se la llevaron a la fuerza mientras ella gritaba “¡Libertad!” y “¡Viva Cuba libre!” desde la puerta de su casa. Su madre, Moraima García, denunció que ahora la quieren acusar de “cabecilla de la protesta”, aunque ni siquiera estuvo en medio del alboroto. El régimen ya no necesita pruebas, le basta el valor de gritar para convertirte en enemigo.
Cubalex lo dijo claro y sin rodeos: lo que hay en Cuba es una maquinaria represiva que aplasta cualquier gesto de rebeldía ciudadana, por mínimo que sea. La organización exige la liberación inmediata de todos los detenidos y el respeto a los derechos humanos más básicos, esos que el régimen pisotea cada día con más descaro.
Pero Guanabacoa no fue la única que estalló. En La Lisa, la noche del 30 de junio, se escucharon cacerolazos retumbando contra los apagones. Y en las paredes de varios municipios de Artemisa y La Habana, aparecieron mensajes escritos con la rabia de todo un pueblo: “Díaz-Canel singao”, “Raúl singao”, “Abajo la dictadura”.
Hasta un consultorio médico en el reparto La Hata sirvió de lienzo para el hastío. Porque ya ni los lugares oficiales se salvan del clamor popular. La gente está cansada. Está harta. Y está empezando a perder el miedo.
Esta creciente ola de protesta, en medio de la peor crisis económica y social que ha vivido el país en décadas, es la señal de que el pueblo cubano no está dormido. Está luchando. A su manera, con su voz, con sus carteles, con sus cacerolas.
Y aunque el régimen siga lanzando patrullas y amenazas, el grito se multiplica. Porque cuando no hay agua, ni pan, ni futuro, la única salida que queda es la dignidad de plantarse. Y eso fue lo que hizo Guanabacoa: plantarse frente a la oscuridad… aunque la oscuridad se los llevara presos.