En Cuba basta un grito para que tu vida cambie para siempre. Y si no, que lo diga Tsunamis Quintero García, una madre joven que hoy está tras las rejas solo por haber dicho: “¡Viva Cuba Libre!”. Su historia, contada entre lágrimas por su madre desde Estados Unidos, está rompiendo corazones y encendiendo las redes sociales.
Todo comenzó la madrugada del 29 de junio en Guanabacoa, La Habana. Cansados de los apagones eternos, la comida que no aparece y la indiferencia del gobierno, los vecinos salieron a las calles en una protesta inesperada. Entre gritos de “¡Libertad!” y botellas volando, la gente desahogó su rabia por las penurias diarias. La paciencia en Cuba está colgando de un hilo.
Como siempre, la respuesta del régimen no tardó en llegar: golpes, arrestos y puro terror. Entre los detenidos estaba Tsunamis. Lo más triste es que, según testigos, ella ni siquiera estaba protestando activamente.
Tsunamis estaba sentada frente a su casa, en medio del caos, tratando de recoger a sus hijos. Había un incendio en una vivienda cercana, y como cualquier madre, su prioridad era proteger a sus pequeños. “Ella fue a recoger a los niños porque incendiaron una casa, pero ella no tenía nada que ver con eso. Estaba sentadita esperando a los niños”, contó su madre, Moraima García, visiblemente destrozada.
Pero ni la inocencia ni la maternidad la salvaron. Tres agentes se le abalanzaron encima, la golpearon y, entre la rabia y el dolor, Tsunamis gritó lo que tantas veces se calla: “¡Viva Cuba Libre!” y otras consignas que hoy le cuestan la libertad.
La joven fue llevada de un lugar a otro como si fuera un saco. Primero la tuvieron en la unidad de Guanabacoa, después en Regla y finalmente la trasladaron al temido centro de instrucción penal de Alamar. Desde ahí, logró hacer una sola llamada para pedir ayuda y asegurarse de que alguien cuidara a sus niños: una niña de cinco años y un bebé de apenas un año.
Desde entonces, Tsunamis está incomunicada bajo la custodia de la Seguridad del Estado. Su madre, desde Hialeah, Florida, cuenta que no saben nada de ella. “Mi hija mayor le llevó aseo personal, pero no se lo aceptaron. Tampoco le permiten que vea a los niños”, denunció Moraima, entre la desesperación y la impotencia.
La familia insiste en que Tsunamis nunca había estado metida en política. Simplemente estaba agotada. Tanto, que llegó un momento en que ya no pudo aguantar más. “Ella estaba estresada, me decía que no podía más, que a veces no tenía ni qué darles de comer a los niños. Yo le advertía que no se metiera en nada, pero llegó un momento en que reventó”, confesó su madre, sollozando. Entre la crisis económica, las interminables horas sin electricidad y la falta de alimentos, la joven madre quedó al límite.
Su caso no es aislado. Solo en junio, el Observatorio Cubano de Conflictos registró 745 protestas y acciones cívicas en todo el país, la mayoría relacionadas con la escasez de comida, agua y electricidad. La represión sigue creciendo, y cada vez son más las familias destrozadas por el simple hecho de querer un futuro mejor.
Desde Estados Unidos, Moraima exige justicia y la liberación de su hija. “¿Qué van a hacer, llevarse a mi hija cada vez que ocurra una protesta y dejar a los niños a la deriva?”, se pregunta con rabia. Y es imposible no compartir su dolor: dos niños pequeños están creciendo sin su madre por culpa de un régimen que no tolera ni un grito de libertad.
La hermana de Tsunamis cuenta que los niños vieron todo: los golpes, el arresto, el miedo. Esa es la herencia que deja la represión en Cuba: no solo encarcela cuerpos, sino también infancias.
Hoy, miles de cubanos dentro y fuera de la isla piden libertad para Tsunamis. Porque gritar “¡Viva Cuba Libre!” no debería costar la vida ni separar a una madre de sus hijos.