El ministro de Transporte del régimen cubano, Eduardo Rodríguez Dávila, salió este fin de semana con un anuncio que más bien parece un chiste de mal gusto: el regreso del llamado “tren de la playa”, esa reliquia ferroviaria que, según él, va a “facilitar” el acceso de los habaneros a las Playas del Este este verano.
Pero detrás del bombo propagandístico se esconde lo de siempre: una solución mínima ante una crisis estructural que ya no tiene por dónde cogerse.
Un tren de juguete para un país colapsado
Según contó el ministro en su Facebook, el tren saldrá desde el patio de cargas de la Estación Central en Egido y Arsenal, en La Habana Vieja. Tendrá una locomotora con apenas tres coches y 48 asientos cada uno. Es decir, apenas 144 personas por viaje, para una ciudad con más de dos millones de habitantes.
Funcionará de martes a domingo, dejando los lunes para «mantenimiento», aunque en Cuba todos sabemos que esa palabra a menudo significa “apagado hasta nuevo aviso”. Y sí, el precio será “popular”: 35 CUP por trayecto. Eso sí, el que logre montarse ya puede considerarse afortunado.
Una curita para una hemorragia
El anuncio se presenta como “logro” conjunto entre el Ministerio de Transporte y el Gobierno de La Habana, pero la realidad es que este tren no alivia nada, y mucho menos resuelve el descalabro general del transporte público cubano.
Con las guaguas funcionando a medias, rotas o desaparecidas, el pueblo enfrenta colas infernales, calor, precios abusivos en los almendrones y una total imposibilidad de moverse con normalidad.
Este tren, con su frecuencia limitada y condiciones rústicas, es más un parche para la foto que una respuesta real a un sistema en ruinas.
Dos Cubas, dos pasajes
Mientras el pueblo se pelea por un asiento en el tren de los 35 pesos, existe otra opción: el Habana Bus Tour de Transtur, con aire acondicionado, servicio de lujo y boleto en dólares. Diez USD por cabeza, ida y vuelta. Así que la historia se repite: los cubanos de a pie se cuecen en el calor, y los que reciben remesas o manejan divisas se mueven como turistas por su propio país.
Esa doble moral —y doble tarifa— es el pan de cada día. Una vez más, el Estado demuestra que está más enfocado en complacer a los visitantes extranjeros que en garantizar derechos básicos a su propia gente.
“Alternativa popular” o burla institucional
El tren ya se había ofrecido en veranos anteriores. Pero si el año pasado tenía cuatro vagones y capacidad para 200 pasajeros, este año rebajaron hasta eso. No hay mejora, al contrario, cada edición viene peor. Vagones viejos, sin aire, horarios limitados y un solo viaje diario, mientras en la televisión estatal tratan de venderlo como “una solución práctica y popular”.
En redes sociales, los comentarios no se hicieron esperar. Un usuario preguntó con ironía si “este año también se romperá a mitad del camino”. Otra joven relató cómo en 2023 estuvo cuatro horas varada en medio de la nada. Y alguien más escribió: “Las condiciones del ferrocarril cubano son peores que en el siglo XIX”. Triste, pero cierto.
Un discurso que no aguanta más calor
La puesta en marcha del tren parece más una jugada de relaciones públicas que una política pública seria. Porque aunque lo anuncien con fanfarria, la realidad es que no hay transporte, las guaguas están casi muertas y la gente ya no tiene cómo llegar ni al trabajo, mucho menos a la playa.
Mientras tanto, los servicios en moneda extranjera son los únicos que funcionan, los únicos que importan. Y lo que antes era un derecho —como moverse dentro de tu ciudad— hoy es un privilegio reservado a los que puedan pagarlo en divisas.
La movilidad en Cuba, como casi todo, se volvió un lujo
Ya no se trata solo del tren. El problema es más profundo. La movilidad, como la salud, la electricidad o la comida, ha pasado a formar parte del catálogo de cosas inalcanzables para el cubano común.
Y en ese panorama, anunciar un tren con tres vagones como si fuera un gran logro, no es más que una burla al sentido común de un pueblo que ya no come cuento. Porque si algo tiene claro la gente, es que con propaganda no se llega a la playa. Ni a ningún lado.