En medio del desastre eléctrico que asfixia a Cuba, el director general de Electricidad del MINEM, Lázaro Guerra Hernández, no aguantó más y casi colapsa en plena transmisión en vivo por la televisión estatal. Fue el pasado miércoles, durante su habitual parte energético en Canal Caribe, cuando la realidad –o el peso de las mentiras oficiales– pareció caerle encima con toda su fuerza.
Justo cuando hablaba sobre la situación de las famosas “centrales flotantes” —esas barcazas que el régimen vendió como salvación eléctrica—, Guerra empezó a jadear, visiblemente afectado, y a los pocos segundos, con la mano en el pecho y sin decir palabra, abandonó la cámara. El periodista Bernardo Espinosa intentó tapar el hueco, pero el momento ya había quedado grabado para todos.
Unos minutos después, el funcionario regresó al set como si nada hubiera pasado, con una sonrisa forzada y sudor en la frente. Ni él ni el periodista dieron explicación alguna sobre lo ocurrido. Pero en redes sociales, la escena corrió como pólvora.
“A Lázaro casi le da un infarto en vivo de tanto mentirle al pueblo”, comentó un usuario. Otros fueron más directos: “No aguantó la presión de disfrazar el caos con tecnicismos”. Y no es para menos: dar la cara cada día para justificar los apagones, sin soluciones a la vista, ya se ha convertido en un castigo público.
Mientras el funcionario se atragantaba con sus propias cifras, La Habana y el resto del país seguían en penumbras, lidiando con apagones que superan las 19 horas diarias. Y como siempre, la excusa es la misma: «falta de combustible», «mantenimientos programados» y «roturas imprevistas». Un disco rayado que ya nadie quiere oír.
La salud pública, secuestrada por la ineficiencia
El caso de Rocío Bustamante Riverón, una niña de 11 años con un tumor en el ojo izquierdo, es otro retrato del abandono sistemático que vive el pueblo cubano. Desde que tenía once meses carga con un linfangioma orbitario, una lesión benigna pero invasiva que le ha robado más de una década de infancia.
“Yo quisiera pedirle al mundo que me ayude a curarme el ojo”, dice Rocío en un video que su madre, Adela Amparo Riverón Vega, compartió en redes sociales. La niña, que sueña con jugar en un parque inflable o saltar en un trampolín como cualquier otro niño, no puede hacer ninguna de esas cosas por el dolor, la incomodidad y las hemorragias constantes.
Más de diez años en hospitales sin recibir un tratamiento real. Así funciona el “sistema de salud ejemplar” que el régimen tanto presume en el exterior. Ha sido atendida en centros como el William Soler, el Juan Manuel Márquez y el Pando Ferrer, pero la respuesta ha sido siempre la misma: «esperar a que el tumor reviente» para operarla. Una crueldad disfrazada de criterio médico.
Y cuando la familia ha pedido una solución fuera del país, el MINSAP mira para otro lado, a pesar de tener un departamento para casos de evacuación médica internacional. El Instituto de Oncología, por su parte, reconoció sin pudor que no cuenta con las condiciones técnicas ni el personal capacitado para ofrecer un tratamiento adecuado. No hay catéter percutáneo. No hay guía por ultrasonido. No hay esperanza… dentro del sistema.
Rocío, en pleno siglo XXI, solo recibe gotas y fomentos como si estuviéramos en tiempos coloniales.
Su madre, desesperada, logró que le hicieran un TAC contrastado luego de años sin revisiones. El resultado no dejó dudas: la niña necesita ayuda urgente. Pero en Cuba, el tiempo siempre juega en contra del enfermo.
El grito de Rocío no es único
Como ella, decenas de niños cubanos esperan una oportunidad que el sistema no les puede –ni quiere– dar. Está el caso de Brianna Charlette Blanco, con un tumor en la base de la lengua; o Jorgito Reina, con leucemia, que lleva dos años esperando una visa humanitaria para poder salvar su vida en Estados Unidos.
La familia de Rocío ha recurrido a lo único que les queda: las redes sociales y los medios independientes, porque saben que dentro de la estructura oficial solo encontrarán silencio, burocracia y abandono.
“Lo único que quiero es curarme el ojo para jugar como los demás niños y disfrutar mi infancia”, repite Rocío con la inocencia desgarradora de quien no entiende por qué su país la deja atrás.
Mientras los burócratas del MINEM se desmayan en pantalla y el régimen gasta millones en represión, el pueblo se apaga, se enferma y se agota. Cuba no solo está a oscuras. Cuba está herida, maltratada y sola. Y el régimen sigue vendiendo humo… mientras los niños piden ayuda al mundo.