El nieto del dictador Fidel Castro, Sandro Castro, se ha convertido desde hace años en un símbolo grotesco del privilegio y la burla. Carros de lujo, fiestas privadas a todo tren, prepotencia, arrogancia… mientras el pueblo cubano sobrevive con lo mínimo. Y aunque la dictadura se ha mantenido casi siempre callada frente a sus desmanes, esta semana algo cambió.
Ernesto Limia, abogado, escritor e ideólogo del oficialismo, sorprendió con una larga y encendida publicación en Facebook en la que, sin pelos en la lengua, calificó a Sandro como “un imbécil”. Sí, así mismo lo dijo. Y para colmo, Gerardo Hernández Nordelo, uno de los tristemente célebres “Cinco Héroes” y actual jefe de los CDR, respaldó ese criterio con un simple pero contundente “Amén”.
Pero que nadie se emocione. Porque más allá del insulto, lo que hace Limia en su texto es salvar el mito de Fidel, intentar desmarcarlo del nieto díscolo como si Sandro hubiese crecido en una burbuja ajena al poder. “No sé de dónde sacó su dinero, pero seguro no fue de Fidel”, soltó Limia, en una frase que raya en el chiste cruel, cuando todo el mundo sabe que Sandro nació y vivió en la cuna dorada del castrismo, amparado por el silencio cómplice de la élite.
Lo que molesta a Limia no es la opulencia, es que Sandro la exhiba sin pudor, que muestre sin filtros lo que la dictadura lleva décadas escondiendo bajo la alfombra. En vez de hacer autocrítica del sistema que permite que haya Castros en Lamborghinis mientras el pueblo hace colas por una barra de pan, el ensayista prefiere echarle la culpa a las redes sociales y a los “enemigos”. Como si desde Miami fuera que se planifican las estupideces del nieto de Fidel.
“Nuestros enemigos lo inducen”, escribió Limia. ¿En serio? ¿De verdad pretende que creamos que Sandro Castro es víctima de una conspiración imperial? Ese intento por lavarle la cara al castrismo solo deja en evidencia lo que ya sabemos: en Cuba hay una casta hereditaria, con todo a su favor, blindada por el poder, que vive como reyes mientras el pueblo se revienta en la miseria.
Y mientras cientos de jóvenes están tras las rejas por decir lo que piensan, Sandro sigue libre, exhibiendo su vida de lujos con bandera americana incluida. Porque, claro, si lo hace un nieto del poder, no pasa nada. Pero si lo hiciera un cubano de a pie, ya estuviera fichado por la Seguridad del Estado.
Limia, eso sí, teme que si se mete preso a Sandro, el escándalo sea peor. “La Revolución no puede devorar a sus hijos como Saturno”, advierte. Pero lo que no dice es que el régimen ya se ha tragado a miles de hijos que sí son del pueblo, y que fueron pulverizados solo por alzar la voz, publicar una frase, o protestar con una pancarta.
El texto, titulado “Te lo prometió Martí…”, es en realidad un intento desesperado por proteger la narrativa del “Fidel puro y sacrificado”. Como si las suelas rotas del dictador fueran suficiente coartada para justificar décadas de privilegios dinásticos. Sandro no molesta por sus excesos, molesta porque los muestra sin pudor, y eso rompe la ilusión del “socialismo igualitario” que la dictadura lleva vendiendo por años.
Pero el problema no es Sandro. El verdadero problema es el sistema que lo engendró y lo protege. Un sistema que oprime al pueblo y privilegia a los que nacen con el apellido correcto.
Mientras Cuba se hunde en apagones, hambre, hospitales colapsados y una migración histórica, los nietos de la cúpula beben cerveza Cristal frente a banderas americanas, sin que les pase nada. Porque, al final, en esta dictadura la moral y la ley solo aplican para el pueblo.
Y aunque esta crítica interna parezca un rayo de conciencia dentro del castrismo, no es más que un ajuste de imagen. El castrismo no está corrigiendo errores: está cuidando el relato. Porque lo que temen no es el descaro de Sandro, sino que el pueblo despierte y entienda que esa Cuba que Sandro disfruta… jamás será para ellos.
