En medio del despliegue represivo que el castrismo montó para silenciar voces incómodas, la Embajada de Estados Unidos en La Habana celebró el Día de la Independencia con un mensaje que caló hondo en el alma de muchos cubanos: “Pronto serán libres”, dijo sin rodeos Mike Hammer, jefe de la misión diplomática en la Isla.
El discurso de Hammer fue todo menos diplomático en el sentido clásico. Esta vez, las palabras no se quedaron en los formalismos. Con el pecho al frente y sin miedo, compartió con los asistentes –cubanos y extranjeros– un mensaje enviado por el secretario de Estado, el cubanoamericano Marco Rubio.
“Cada vez que te encuentres con un cubano, dile que Estados Unidos los apoya”, le habría pedido Rubio a Hammer durante un encuentro en Washington. Y vaya que cumplió.
“Apoyamos su causa. Hablamos de ustedes en cada rincón donde nos escuchan. Rezamos todos los días por la libertad de Cuba, para que el destino de la Isla vuelva a estar en manos de su pueblo”, leyó el diplomático ante los presentes. Las palabras, cargadas de emoción y firmeza, no pasaron desapercibidas.
Hammer también recordó que en Estados Unidos, un país donde el mérito sí tiene peso, un hijo de cubanos como Marco Rubio ha llegado al cargo de secretario de Estado. “Ese es mi país”, dijo con orgullo, marcando un contraste brutal con la realidad de miles de jóvenes cubanos que, dentro de la Isla, apenas tienen futuro.
Pero mientras dentro de la embajada se hablaba de libertad y esperanza, afuera el régimen volvía a mostrar su rostro más ruin. Como es ya costumbre, la Seguridad del Estado desató otra jornada de represión para impedir que activistas, periodistas y figuras de la disidencia se presentaran en el evento.
Desde la madrugada del 2 de julio, se activaron los operativos. Agentes plantados frente a casas, arrestos exprés, detenciones domiciliarias, intimidación sin pausa. Lo mismo de siempre, pero cada vez más descarado. Entre los blancos de esta cacería, estuvieron Berta Soler, Camila Acosta, Ángel Santiesteban, Oscar Elías Biscet y muchos más. En provincias como Villa Clara, Pinar del Río y Cienfuegos, también se reportaron cercos, amenazas y prohibiciones de viaje.
No se trata solo de represión física, sino también simbólica. La periodista Yunia Figueredo y su esposo fueron detenidos por no presentarse a un interrogatorio. ¿Su “delito”? Querer participar en una celebración diplomática. Ni eso se puede en la Cuba castrista.
El periodista Reynaldo Escobar lo dijo clarito: “Durante la guerra de independencia de EE.UU., desde La Habana se financió parte del esfuerzo de George Washington. Hoy, se impide incluso asistir a una fiesta conmemorativa”.
Y como si fuera poco, el régimen ahora acusa a Mike Hammer de “injerencia” y amenaza con expulsarlo por reunirse con opositores. Pero el diplomático no se achicó. Redobló su mensaje, reafirmó el apoyo de Estados Unidos y dejó claro que no hay marcha atrás.
La escena lo dice todo: un embajador hablando de libertad en una embajada cercada por esbirros. Un pueblo hambriento de cambio y un régimen que solo responde con miedo, amenazas y represión.
Pero si algo quedó claro esa noche es que el mundo sigue mirando a Cuba, y la libertad, aunque demorada, no ha dejado de caminar. Como dijo Hammer, con fe, convicción y la frente en alto: “Pronto serán libres”. Y que lo escuchen bien los que aún se creen intocables.