Hay historias que uno lee y se le queda el corazón en un puño. Así pasa con el caso de Félix Lázaro Reinoso Rodríguez, un joven cubano de apenas 32 años, que apareció muerto en Matanzas en circunstancias que huelen más a encubrimiento que a otra cosa. Y aunque las autoridades insisten en que fue un suicidio, hay demasiados cabos sueltos para tragarse ese cuento.
Félix fue arrestado el pasado 23 de junio, durante un apagón —sí, otro más de los miles que están quemando a Cuba— bajo la acusación de “receptación” de piezas de auto, presuntamente relacionadas con el asesinato de un joven taxista que había desaparecido en un viaje de Villa Clara a Matanzas. Desde ahí, todo empezó a torcerse.
Pocos días después de la detención, la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) anunció con toda la pompa que habían arrestado a varios implicados en el caso del taxista. Entre ellos, Félix Lázaro, a quien supuestamente le ocuparon piezas del carro robado. Hasta ahí, uno podría pensar que la justicia estaba haciendo su trabajo. Pero lo que vino después fue un torbellino de versiones raras, puertas cerradas y, tristemente, un cadáver.
Resulta que Félix terminó en la estación del DTI, y cuando su familia quiso verlo, se toparon con un muro de silencio. Les prohibieron el acceso, y a una tía que llegó con abogado en mano, el jefe de la unidad prácticamente la amenazó. Imagínate el susto.
Pero ahí no paró la novela. Horas después, la policía le notificó a la familia que Félix se había “fugado” del DTI. Sí, así mismo: que había escapado y que, para más drama, se había lanzado al mar con una piedra de 43 libras amarrada al cuerpo. Y si esto ya suena inverosímil, espérate: cuando encontraron el cuerpo, la piedra no apareció por ninguna parte. En cambio, lo que sí tenía eran hematomas, marcas en el cuello y rigidez que no cuadraban para nada con una simple muerte por ahogamiento.
Para rematar el horror, pretendieron enterrarlo como si fuera un “desconocido” en una fosa común, alegando que el agua había borrado sus huellas dactilares. Por suerte, la familia presionó y logró evitarlo. Aunque, eso sí, no los dejaron ni velarlo ni despedirse de él.
La reconocida intelectual matancera Alina Bárbara López, cercana a la familia, no se ha quedado callada. Ella misma ha dicho en redes sociales que es prácticamente imposible que alguien se fugue del DTI. Entre rejas, puertas blindadas, cerrojos y pasillos controlados por policías, asegura que de ahí “no se escapa nadie”. Y para colmo, entre la estación y la costa hay varias cuadras y vigilancia constante. ¿Cómo entonces iba a llegar Félix al mar sin que nadie lo viera?
No sorprende que las redes sociales en Cuba estén que arden, llenas de mensajes exigiendo justicia. Para muchos, esto recuerda las peores épocas del régimen de Batista: desapariciones, cuerpos golpeados y entierros secretos. Lo más duro es que esta vez pasa en un país que se llena la boca hablando de justicia y transparencia.
Félix, conocido como “Viloto”, deja atrás a una hija pequeña y un entorno que lo describe como un hombre tranquilo, sin enemigos. Sus amigos están convencidos de que lo están difamando para tapar algo más grande. Su familia, mientras tanto, ha contratado abogados y jura que irá hasta las últimas consecuencias. Pero todos sabemos cómo funciona el silencio oficial y la maquinaria de desinformación en Cuba.
Y lo más preocupante es que el caso de Félix no es un hecho aislado. Desde hace años se vienen acumulando historias espeluznantes de cubanos muertos bajo custodia policial o después de encontronazos con las fuerzas del orden. Historias que casi siempre terminan igual: con versiones oficiales que nadie se cree, cuerpos con huellas de violencia y familias que tienen que llorar en silencio.
¿Ejemplos? Ahí están los casos de Diubis Laurencio, asesinado de un disparo en la espalda durante las protestas del 11J; Hansel Ernesto Hernández, muerto en 2020 tras recibir un balazo por la espalda en plena persecución policial; o el más reciente de Zinedine Batista, el joven de 17 años de Santa Clara que terminó esposado y con un tiro en el tórax.
Cada uno de esos nombres es un grito que clama justicia y evidencia un patrón oscuro: la impunidad, el silencio oficial y el intento constante de disfrazar crímenes como accidentes o suicidios. Félix Lázaro es, tristemente, otro eslabón en esa cadena.
Y la pregunta que todos nos hacemos es inevitable: ¿Cuántos Félix más hay en Cuba cuyos casos jamás llegan a la luz?