En pleno corazón del barrio Zamora, en Marianao, ocho personas malviven hacinadas en un cuartucho de madera, improvisado sobre tierra y sin el más mínimo decoro humano. Allí residen Xionimay y Yamila Valdés Rivero, dos madres cubanas que, ante la indiferencia del régimen, decidieron hacer lo impensable: plantarse en la mismísima residencia de Miguel Díaz-Canel para exigir lo que el Estado les ha negado durante años.
La historia comienza con Taimí Valdés Rivero, madre de las jóvenes y abuela de cinco niños que también sobreviven en ese espacio. En entrevista con CubaNet, Taimí abrió las puertas de ese “refugio” que más bien parece una trinchera, mostrando la realidad desgarradora de su día a día. El suelo es puro fango, las paredes son de tabla, y cuando cae la lluvia, el agua entra como si estuvieran al aire libre, arrastrando consigo las miserias que el gobierno ha preferido ignorar.
“Esto se inunda cada vez que llueve, el agua entra por la zanja y nos da por los tobillos”, contó, mientras explicaba que aquella casita improvisada fue construida con sus propias manos, luego de que su madre —con diagnóstico de esquizofrenia— la echara a la calle junto a sus hijas cuando eran apenas unas niñas.
Desde entonces, lleva años tocando puertas que jamás se han abierto: la Dirección de Vivienda, Atención a la Población del Consejo de Estado, la delegada de la zona… todos la han mandado a esperar, pero nadie le ha resuelto nada.
Y cuando el silencio institucional se convierte en abandono, la desesperación empuja. Fue así como Yamila y Xionimay decidieron acudir directamente a la casa de Díaz-Canel, con la esperanza de que su caso, si llegaba a oídos del «presidente del pueblo», al menos fuera escuchado.
Pero la respuesta fue el desprecio.
“Llegamos con respeto, buscando una solución, y ni siquiera nos dejaron hablar”, denunció Yamila. En vez de recibir atención o una palabra de consuelo, fueron interceptadas por la Seguridad del Estado y escoltas del mandatario, quienes les soltaron que esa era “la casa de descanso” de Díaz-Canel, y que allí no se podía molestar.
“Nos dijeron que él estaba descansando y que a donde teníamos que ir era a la Plaza de la Revolución… nos viraron la espalda”, recordó con amargura. Como si los problemas del pueblo no fueran más que una molestia para el hombre que se hace llamar «líder».
La escena pinta con crudeza la desconexión entre quienes gobiernan y quienes padecen. Mientras el presidente “descansa” en una residencia protegida y vigilada, madres cubanas suplican por un techo digno bajo una lluvia que entra hasta la cama.
No es solo una crisis de vivienda. Es una crisis moral de un sistema que ha dejado de escuchar, de sentir y de responder. Porque cuando la única respuesta del poder es un portazo, lo que queda claro es que el pueblo no importa, y mucho menos las madres cubanas que lo sostienen con su lucha diaria.
Y en medio de esa miseria institucional, una verdad salta a la vista: el régimen no tiene interés en resolver, solo en controlar. Y si alguien se atreve a cruzar la cerca del poder, lo único que recibe es silencio, desprecio… y un guardia que dice que «el presidente está descansando».
