Lo que empezó como un show de autos lujosos, cerveza Cristal y payasadas de Instagram, hoy se ha convertido en un terremoto político dentro del propio aparato del castrismo. El nieto del dictador Fidel Castro, Sandro Castro, parece haber colmado la paciencia incluso de quienes hasta ahora callaban o lo excusaban con una sonrisa forzada.
Esta vez, la crítica no vino del exilio ni de un youtuber opositor, sino de Ernesto Limia, un vocero intelectual del régimen que, sin pelos en la lengua, lo llamó exactamente lo que muchos ya pensaban: “un imbécil”. Pero lo que realmente le dio peso a esta descarga fue el respaldo público de Gerardo Hernández Nordelo, espía de los famosos “Cinco Héroes” y actual jefe de los CDR, quien soltó un “Amén” en su muro de Facebook como quien aprieta el botón de activar bombas.
En el lenguaje político cubano, ese “Amén” no es casual. No es un simple “estoy de acuerdo”, es una señal de luz verde desde las alturas del poder ideológico. Con esa palabra sagrada, Gerardo no solo bendijo el texto de Limia, sino que lo convirtió en doctrina aprobada por la élite. Lo que ayer era chisme, hoy es línea oficial.
¿Qué hizo Sandro para merecer el fuego amigo?
La lista es larga: poses ridículas, mensajes ambiguos en medio de apagones, banderas estadounidenses ondeando a sus espaldas, y burlas explícitas al eslogan oficial “Somos continuidad”, justo en los peores días de crisis eléctrica. Lo que empezó con un Mercedes y una risa pedante, terminó en tanques de agua con antenas, delirios de vampiro y hasta chistes sexualizados con acento árabe.
En su más reciente video, el heredero del apellido maldito soltó una indirecta directa al colapsado sistema eléctrico: “Si yo te cojo te doy como la UNE, a cada cuatro horas y de lunes a lunes”. Y mientras el país se ahoga en apagones, inflación y desespero, el nieto del Comandante se mofa del caos con una cerveza en la mano y una bandera del “enemigo” ondeando detrás.
Ya no hay paciencia en la cúpula
El ensayo de Limia —titulado “Te lo prometió Martí…”— no solo revienta a Sandro, sino que intenta salvar la imagen de Fidel, separándolo del desastre que dejó como herencia. Pero nadie se traga eso ya. A estas alturas, todos saben que el nieto creció en medio de privilegios, amamantado por un sistema que siempre protegió a su casta, mientras el pueblo comía arroz con picadillo de soya y se lo agradecía.
Limia se escuda en Martí y hasta en Céspedes para decir que no hay culpa hereditaria, pero la realidad es más cruda: Sandro es el resultado natural de una élite corrupta, impune y desvergonzada, no un accidente en la historia.
El show de Sandro dejó de ser gracioso
Durante años, muchos se burlaron del “Vampirach”, ese personaje caricaturesco que hablaba incoherencias y mostraba su vida de lujos. Pero ahora, hasta los fieles del régimen se avergüenzan de él. Ya no pueden defender a alguien que se burla del hambre, la oscuridad y el dolor que vive la calle.
Y no porque lo que diga Sandro sea grave por sí solo, sino porque sus palabras revelan, con sarcasmo y cinismo, todo lo que la propaganda oficial intenta esconder: que el “socialismo cubano” es una farsa para los pobres y un paraíso para los herederos.
“No sé de dónde sacó Sandro su dinero, pero de Fidel no fue”, dice Limia. Pero todos sabemos que ese dinero no cayó del cielo. Cayó del poder, de la estructura, del apellido. De los mismos que hoy se hacen los ofendidos porque el muchacho les ha salido “rebelde”.
Una crítica autorizada, pero sin autocrítica
Lo más irónico de todo es que, mientras atacan al nieto, nadie en el régimen se atreve a cuestionar la maquinaria que lo fabricó. Limia y Gerardo se cuidan de decir que el problema es Sandro, no el sistema. Que el pecado es su arrogancia, no los privilegios impunes. Que el chiste de mal gusto es una traición, no una consecuencia del poder hereditario.
Pero los cubanos en la calle no se tragan ese cuento. Ven a Sandro como una caricatura, sí, pero también como el espejo grotesco del castrismo real. Un castrismo que se desmorona entre apagones, represión y discursos huecos, mientras sus “hijos” se ríen de todos desde el Instagram.
Cuando el nieto de Fidel se burla de Díaz-Canel, la UNE, ETECSA y hasta de los apagones… algo ha cambiado. Ya no es solo un payaso. Es el síntoma del final, la risa amarga del derrumbe.
Y por eso, quizás, el régimen ha soltado a sus propios perros ideológicos. No para hacer justicia, sino para controlar el relato. Para que parezca que el problema es uno solo, cuando todo el sistema está podrido desde la raíz.
Así que, cuando Gerardo dice “Amén”, lo que realmente está diciendo es: “hasta aquí llegaste, Sandrito… ya no nos sirves ni para hacer reír”.
