En una Cuba donde la salud pública se desmorona y el régimen sigue vendiendo la imagen de una potencia médica, una niña de apenas 11 años ha tenido que alzar la voz y suplicar ayuda al mundo. Su nombre es Rocío Bustamante Riverón, y lo que está viviendo no tiene otro nombre que abandono.
Desde los once meses de nacida, Rocío carga con un linfangioma orbitario en su ojo izquierdo. Es un tumor benigno, sí, pero tan invasivo que le impide saltar, correr, o simplemente disfrutar como cualquier niña. En un video que ha conmovido a todos los que lo han visto, Rocío pide al mundo, con la inocencia que solo tienen los niños, que la ayuden a curarse.
“Me gusta brincar en el trampolín y jugar en el parque inflable, pero no puedo por esta enfermedad”, dice con una mezcla de tristeza y esperanza. Es una frase corta, pero que resume la injusticia de crecer en un país donde enfermarse es una condena.
Un sistema de salud que hace aguas
La madre de la niña, Adela Amparo Riverón Vega, ha tocado todas las puertas posibles dentro del sistema: hospitales como el William Soler, el Juan Manuel Márquez y el Ramón Pando Ferrer han sido testigos del viacrucis médico que ha vivido esta familia. Y aun así, después de más de diez años, Rocío sigue sin tratamiento real.
Desde que tenía cuatro años, los médicos optaron por una estrategia absurda y negligente: esperar a que el tumor “reviente” para intervenirla. Hoy, la niña lleva más de tres meses con crisis constantes: sangramientos en el ojo, migrañas intensas y un deterioro visible que su madre ya no puede seguir soportando en silencio. “Cada día la veo peor”, confiesa.
La realidad es que el sistema cubano no puede ofrecerle ni una mínima esperanza. En 2018, especialistas como el Dr. Julio César González Gómez y la Dra. Odelaisys Hernández Echevarría ya advertían que tratarla en la isla era una apuesta peligrosa: faltan medios, faltan equipos, y sobra incapacidad.
Siete años después, la situación solo ha empeorado. El Instituto de Oncología ya lo admite sin pudor: no tienen cómo tratarla. No hay catéteres, no hay ultrasonido guiado, no hay voluntad política para salvar a una niña.
Y mientras tanto, el Ministerio de Salud Pública ni siquiera mueve un dedo para que pueda ser tratada en el extranjero. Todo a pesar de contar con un departamento para casos médicos que requieren atención fuera del país. Otro ejemplo más de cómo la burocracia del régimen le da la espalda al cubano de a pie.
Un TAC y unas gotas: el único “tratamiento”
La última revisión médica fue provocada por la insistencia de la madre, no por iniciativa del sistema. Le hicieron un TAC contrastado, que confirmó la gravedad del caso. ¿Y cuál fue el plan de acción? Unas goticas, unos fomentos, y a seguir esperando. Como si se tratara de una alergia pasajera y no de una niña que está viendo su infancia derrumbarse.
A pesar de su edad, Rocío entiende perfectamente el drama que vive. Y lo que más le duele no es el tumor, sino no poder reír y jugar como los demás. “Solo quiero que me ayuden para poder disfrutar como los otros niños”, repite.
Una historia que se repite
Lo más triste de este caso es que Rocío no está sola. En esta Cuba donde la salud es “gratuita pero inservible”, otras madres han salido también a denunciar la falta total de atención para sus hijos. Está Brianna Charlette Blanco, con un tumor en la base de la lengua; y Jorgito Reina, un niño con leucemia que sigue esperando, desde hace casi dos años, una visa humanitaria que le permita tratarse fuera del país.
Como ellos, miles de niños son rehenes de un sistema podrido hasta los huesos, que solo sirve para que la cúpula venda propaganda en vez de soluciones. La familia de Rocío ha tenido que acudir a redes sociales y medios independientes, porque saben que la ayuda no vendrá desde las instituciones que supuestamente existen para protegerlos.
Mientras los medios oficiales callan y los funcionarios se felicitan por “avances” que solo ellos ven, una niña espera poder volver a brincar, a reír, a jugar. A vivir.
Y Cuba sigue perdiendo lo más valioso que tiene: su infancia.