La noche del viernes 4 de julio en Guanajay se convirtió en pesadilla para varias familias del barrio El Pontón, cuando un incendio arrasó dos viviendas construidas con madera, dejándolas reducidas a cenizas en cuestión de minutos. El fuego avanzó con fuerza, y aunque por suerte no hubo víctimas mortales, las pérdidas materiales fueron totales.
Según confirmó el medio oficialista El Artemiseño, las casas afectadas tenían paredes y techos de madera, lo que facilitó que las llamas se propagaran a toda velocidad. Hasta ahora se sospecha que el origen fue un cortocircuito, aunque las investigaciones siguen en curso.
“Las autoridades están buscando soluciones”, dice el periódico. Pero los vecinos saben bien lo que eso significa: promesas, burocracia y largas esperas. Porque cuando el desastre toca la puerta de los más humildes, el Estado llega tarde… si llega.
Bomberos con fallos y vecinos que salvan el día
Lo más doloroso es que, en medio de la emergencia, la bomba de succión del camión de bomberos falló. Sí, como si no bastara con el incendio, también el equipo de salvamento llegó con tremendo problema técnico.
Afortunadamente, fue el pueblo quien dio la cara: vecinos valientes y carros cisternas improvisados lograron contener el fuego tras casi una hora de lucha. Otro ejemplo más de cómo en Cuba la solidaridad popular llena el vacío que deja un gobierno ausente.
Una tragedia que se repite
Este desastre en Guanajay no es un caso aislado. Hace apenas semanas, otro incendio en esa misma localidad devoró el negocio de colchones de un emprendedor cubano. Nadie lo ayudó. Nadie dio respuesta real. Y mientras los cubanos siguen perdiendo lo poco que tienen, las autoridades se limitan a publicar notas y ofrecer condolencias protocolares.
La historia se repite una y otra vez: infraestructura precaria, apagones constantes, viejas instalaciones eléctricas y un sistema que no invierte ni en prevención ni en respuesta rápida. Eso sí, para fiestas, desfiles y propaganda, nunca falta dinero.
¿Quién responde cuando se pierde todo?
Para las familias afectadas, la vida cambió en segundos. Se quedaron sin hogar, sin pertenencias, y con la incertidumbre de qué vendrá mañana. Y lo más triste es que el Estado, que tanto se jacta de ser “protector del pueblo”, no tiene un plan real de contingencia.
Cuba arde, no solo por el fuego literal, sino por la indolencia de un sistema que dejó de cuidar a su gente hace mucho rato. Y mientras tanto, el pueblo sigue resistiendo… con las manos, con el alma y sin recursos.