Mientras en Cuba los apagones revientan la paciencia del más tranquilo, los refrigeradores se pudren sin corriente y la gente hace malabares para conseguir un poco de arroz, Díaz-Canel y su inseparable compañera de viajes, Lis Cuesta, siguen de gira internacional como si el país estuviera en Disney. Esta vez el dúo aterrizó en Río de Janeiro, Brasil, para la XVII Cumbre del grupo BRICS, un evento que, al menos en teoría, busca “fortalecer la cooperación del Sur Global para una gobernanza más inclusiva y sostenible”. Suena lindo en el papel, pero allá en el Vedado la luz se va doce horas al día.
Este es el segundo show internacional al que asiste el “presidente designado” por el Partido Comunista. La primera vez fue en Johannesburgo, en 2023, como cabeza del Grupo de los 77 + China. Ahora regresa como socio oficial del BRICS, una membresía que Cuba consiguió en 2025, después de varios meses de lamezapateo geopolítico con Rusia, China, Irán y compañía.
Pero, ¿de qué le sirve a Cuba estar en el BRICS, si el país está apagado y endeudado hasta el pescuezo? Pues para el régimen, sirve como vitrina. Una forma de decir “aquí estamos”, aunque por dentro todo esté hecho trizas. La movida encaja en la estrategia castrista de buscar respaldo en espacios ajenos a Occidente, donde no les pregunten por derechos humanos, ni elecciones libres, ni presos políticos.
Mientras tanto, en la Isla el cubano de a pie no tiene ni fósforo pa’ prender una vela.
El bloque BRICS, que arrancó con Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, ha ido creciendo con nuevas incorporaciones como Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos. Entre todos suman casi la mitad de la población mundial y un 40% del PIB global. Eso impresiona, pero no paga la leche en polvo ni arregla las termoeléctricas de Mariel ni Nuevitas.
En Río, Díaz-Canel no pierde la oportunidad de posar, codearse con otros mandatarios, y dar sus clásicos discursos reciclados sobre “solidaridad, soberanía y resistencia”. Pero detrás de cada sonrisa diplomática, hay un país que se desangra, sin recursos, sin energía y sin esperanza.
Acompañándolo, por supuesto, va la autodenominada «No Primera Dama», Lis Cuesta, cuyo cargo sigue siendo un misterio de Estado. Nadie sabe exactamente qué función cumple, pero eso sí: en cada foto oficial aparece al ladito, bien vestida y lista para la selfie. También lo acompañan el canciller Bruno Rodríguez y varios funcionarios del Comité Central, en otro de esos viajes que el pueblo paga, pero nunca aprueba.
¿El costo? Nadie lo dice. Pero se calcula que alquilar un avión para este tipo de viajes cuesta más de 300 mil dólares por trayecto. ¿Cuántas plantas eléctricas se podrían comprar con eso? ¿Cuántos hospitales se podrían abastecer? Mejor no pensarlo, que duele.
Lo más irónico es que estos viajes se dan justo cuando Díaz-Canel reconoce públicamente que el país está colapsado, sin electricidad ni recursos para sostener lo más básico. Mientras él se reúne con Lula y se codea con los grandes del BRICS, en Cuba hay provincias que han pasado días enteros sin luz, sin agua y sin transporte.
La participación en esta cumbre es, en el fondo, otro acto de supervivencia política. Un intento desesperado del régimen por seguir respirando, por mantenerse visible y arrimado a aliados que no les exijan nada a cambio.
Pero al final del día, los cubanos no comen discursos ni se alumbran con acuerdos firmados en Brasil. La realidad es clara: el país se hunde, y sus líderes siguen viajando como si nada.
