Mientras el calor derrite la paciencia de los cubanos y los apagones siguen marcando el ritmo del día a día, el régimen ha vuelto a confirmar lo que todo el mundo ya sabe: no hay combustible, y el país se queda a oscuras porque simplemente no hay con qué mantenerlo encendido.
Durante el X Pleno del Comité Central del Partido Comunista, los altos cargos del régimen no pudieron disimular la gravedad del panorama. Vicente de la O Levy, ministro de Energía y Minas, junto al secretario de Organización del PCC, Roberto Morales Ojeda, dejaron claro que más de la mitad de las afectaciones recientes —hasta 1,000 megawatts en un solo día— se deben a la falta total de petróleo y lubricantes.
“Si hoy tuviéramos combustible, la historia fuera otra. Totalmente diferente”, repitió Morales como si con esa frase bastara para consolar a un país entero. Pero ni su resignación ni sus excusas resuelven los más de 10 apagones diarios que sufre buena parte del pueblo.
De la O Levy, por su parte, sacó a relucir la carta solar: 22 parques solares sincronizados en 2025 con una generación de 481 MW, y una proyección de 1,115 MW antes de que cierre el año. Pero todos sabemos que ni el sol da abasto cuando las termoeléctricas siguen rotas, oxidadas y más allá del límite tras décadas de abandono y mala gestión.
Aunque se ha logrado subir la potencia disponible de 850 MW a 1,100 MW, la demanda del país sigue muy por encima de lo que las ruinas del sistema pueden ofrecer. Y mientras tanto, lo único que propone el castrismo es apretar más el cinturón… del pueblo.
El paquete de «medidas» para enfrentar la crisis energética no tiene otro nombre que más castigo al ciudadano común: cierre de oficinas estatales, recortes eléctricos a negocios privados, apagones programados… y todo eso mientras la cúpula del poder sigue viviendo como si nada.
Díaz-Canel lo dijo sin pudor alguno: el Sistema Electroenergético Nacional está “colapsado”. Y vaya si lo está. Según el propio títere presidencial, hay provincias donde la luz apenas aparece tres o cuatro horas al día. Otras ni eso. Y con la corriente se apaga también el país: se detiene el abasto de agua, se paraliza la producción, se esfuman los servicios, y con ellos, la mínima posibilidad de sostener una vida digna.
En la calle, el retrato es aún más crudo: comida podrida, negocios cerrados, familias sin agua ni ventilación, y una desesperanza que se espesa como el calor de julio sin un ventilador encendido.
“Hay provincias que han estado apagadas casi todo el día. Entonces ahí está paralizado todo”, dijo el propio Díaz-Canel. Lo que no dijo, claro, es que esa parálisis no es nueva, ni culpa del bloqueo, ni de la casualidad: es la herencia de más de seis décadas de desastre económico, corrupción e ineficiencia planificada.
Cuba no solo está apagada. Está agotada. Y el régimen, como siempre, sigue siendo el único interruptor que se niega a bajar.