Como salido de una novela de realismo grotesco, Sandro Castro volvió a hacer de las suyas en las calles de La Habana. Esta vez, el “niño mimado” del castrismo fue captado a bordo de uno de sus caprichos sobre ruedas: un convertible deportivo de dos plazas, detenido por una avería mecánica… pero sin perder la compostura ni el aire de superioridad que lo ha hecho famoso.
Mientras un hombre anónimo se agachaba a resolverle el problema, Sandro simplemente se quedó sentado, imperturbable, como si estuviera en el VIP de una discoteca. El video fue subido a redes por el usuario Pilar de Cuba, que no tardó en ponerle nombre al teatro: “Mira a quién tengo aquí, al Vampirach. Mira la escopetica que tiene, el Vampirach, en persona”.
Ese tono burlón que se escucha en el video retrata con crudeza a este símbolo viviente del privilegio, ese que solo unos pocos pueden darse en una Cuba en ruinas. Porque mientras el pueblo sortea apagones, inflación y escasez, él pasea como si nada, protegido por su apellido.
El nieto incómodo
Pilar de Cuba describió la escena con ironía afilada: “Sandro Castro en su juguetico, todo preocupado por lo que dice Gerardo y el Necio. Su apellido lo exime”. Y es que en las últimas semanas, este personaje ha sido blanco de críticas incluso dentro del propio aparato oficialista.
Gerardo Hernández Nordelo, jefe de los CDR y símbolo del castrismo más rancio, y el vocero El Necio, han dejado entrever su molestia con las salidas de tono del “vástago de la dinastía”. Pero a Sandro, eso ni le despeina el copete.
Cuando hasta el régimen se cansa
La cosa se puso más picante cuando el historiador Ernesto Limia rompió el silencio oficial y soltó un adjetivo nada diplomático: “imbécil”. Lo hizo en un texto que intentaba desligar la figura de Fidel Castro del desastre que representa su nieto. Pero el intento es en vano: no se puede borrar una vida entera de privilegios y poder con una simple condena escrita.
El propio Gerardo Hernández respondió al post con un «Amén», como quien dice: “hasta aquí”. Pero fuera de eso, nadie le ha tocado un pelo al nieto del Comandante. Porque, al final del día, la impunidad también se hereda.
Una burla constante a la miseria del pueblo
Sandro sigue haciendo lo que le da la gana. Hace poco se grabó con una cerveza Cristal en la mano, bailando frente a un almendrón al ritmo de su tema “La Cristach” —una burla descarada mientras el pueblo no encuentra ni pan ni corriente.
También se ha reído públicamente de los apagones, ha vacilado a ETECSA y a la UNE, y hasta se tomó el lujo de posar con una bandera de Estados Unidos, ese símbolo que durante décadas costaba cárcel solo por tenerlo en casa.
La caricatura más fiel del castrismo
Todo este circo no es simple rebeldía de un niño rico. Es la prueba viviente del fracaso moral de un sistema que se vendió como revolución y terminó como monarquía. Sandro Castro no necesita ser brillante ni carismático. Solo necesita ser “el nieto”, y con eso le basta para moverse por encima de la ley, del dolor del pueblo y de cualquier decencia.
El régimen podrá ahora fingir desmarcarse, pero durante años lo ampararon, lo celebraron y le permitieron el descaro. Cada fiesta, cada auto de lujo, cada trago de ron en medio de la escasez, fue patrocinado por un sistema que predica sacrificio mientras practica el derroche.
Sandro no es la excepción. Es la regla no dicha del castrismo: el poder es para unos pocos, y el resto, a aguantar callado.
Y mientras eso no cambie, seguiremos viendo a estos personajes bailando sobre las ruinas del país, como si nada, como si Cuba fuera su juguete roto.
