Lo que empezó como una mañana cualquiera en el poblado de Güines, provincia de Mayabeque, terminó convirtiéndose en una pesadilla para tres familias que lo perdieron todo. Un voraz incendio arrasó con varias viviendas, dejando un saldo fatal: uno de los vecinos, gravemente herido, falleció en el hospital Miguel Enrique tras sufrir quemaduras en el 80% de su cuerpo.
La noticia fue confirmada por un perfil oficialista en Facebook, que ofreció una versión escueta de lo ocurrido. Según el reporte, el fuego comenzó en la casa de una persona mayor y se propagó sin control, devorando por completo tres viviendas que quedaron reducidas a escombros. Las familias afectadas, que ya vivían con lo justo, perdieron absolutamente todo.
Entre las cenizas, el silencio del poder
El incendio sacó a la luz, una vez más, la precariedad en la que vive el pueblo cubano y la fragilidad de muchas de sus viviendas, construidas con materiales deteriorados o inflamables, sin supervisión ni condiciones mínimas de seguridad.
Aunque las autoridades locales se apuraron en anunciar una “campaña de donaciones”, el gesto suena más a parche improvisado que a solución real. Las donaciones, informaron, se recibirán en las oficinas de atención a la población del gobierno municipal, como si con eso bastara para recomponer vidas enteras hechas cenizas.
Un pueblo que sobrevive, mientras el Estado observa
Lo más triste es que ni siquiera se ha revelado el nombre del fallecido, como si fuera una cifra más en la larga lista de cubanos anónimos que han perdido la vida por culpa del abandono estatal. La investigación sobre las causas del incendio sigue “en curso”, según dicen, pero nadie espera respuestas contundentes en un país donde la verdad casi siempre se quema junto con las pruebas.
Mientras el régimen sigue obsesionado con maquillar estadísticas y hablar de “apoyo a los damnificados”, la realidad es otra: el pueblo se defiende como puede, sin bomberos suficientes, sin ambulancias a tiempo, sin recursos para reconstruir nada.
En Güines, hoy el dolor huele a humo y a impotencia. Porque cuando el Estado no protege, todo puede arder. Y en Cuba, cada chispa —literal o simbólica— puede ser el inicio de otra tragedia.