En la Cuba de hoy, comer es un lujo… y para lograrlo, lo primero que hay que tener es dinero en la mano. No en una tarjeta, no en una cuenta. En billetes. Fríos y contantes. Porque en un país ahogado por apagones, inflación y caos bancario, el efectivo se ha convertido en la única salvación del cubano común.
La supuesta “bancarización” impuesta por el régimen fue otro fracaso más del experimento socialista. Ni el dinero digital funciona, ni los bancos tienen liquidez, y la gente está cansada de perder horas ―y hasta la salud― tratando de sacar un puñado de pesos.
En Santiago de Cuba, la escena es la misma todos los días: ancianos desmayándose frente a los bancos, madres con niños en brazos, trabajadores que tienen que pedir permiso tres veces al mes para poder cobrar sus salarios por pedacitos.
«¿De qué me sirve tener veinte mil pesos en una tarjeta, si no los puedo usar ni para comprar pan?», se pregunta medio país. Y no les falta razón. Porque con los apagones cayendo a cualquier hora, ni los cajeros automáticos ni los datáfonos funcionan, y mucho menos los “bonitos” códigos QR que inventaron desde arriba para “modernizar” la miseria.
Mientras tanto, los llamados “buquenques” están haciendo su agosto. Esta figura nacida del desastre es hoy el “cajero humano” del cubano desesperado. Eso sí: cobran su tajada, y no es poca. Por cada 2.000 pesos que entregan, se quedan con 400 o más. Una mordida que para muchos significa quedarse sin una libra de pollo o sin el pan de los niños.
En el Parque Comercial del distrito José Martí, en Santiago, la pelea por 2.000 pesos diarios parece una guerra. Los bancos habilitan unos pocos cajeros, pero el dinero se va en un pestañazo. La cola comienza de madrugada, y cuando se acaban los billetes, el que llegó tarde se queda con la barriga vacía.
Roberto, un viejito jubilado que lleva tres horas parado bajo el sol, lo dice sin rodeos: “Eso de los buquenques es un abuso. Pero, ¿qué vas a hacer si no hay más remedio?”. Y tiene razón. Los bancos ponen mil trabas, y estos “cajeros ilegales” se aprovechan del caos con total impunidad.
Algunos de estos tipos operan con tanta soltura que uno diría que tienen la bendición de “alguien de arriba”. Viajan a La Habana, recogen billetes por allá —donde la cuota diaria es de 4.000—, y luego bajan con bolsas llenas de efectivo para venderlo en el oriente del país. Una operación que, aunque ilegal, está mejor organizada que cualquier banco estatal.
Marcos, otro santiaguero, quedó pasmado cuando vio a tres buquenques unirse para sacar 80.000 pesos en una sola operación. «Sí, se llevaron su buena tajada», admite, «pero si lo hacíamos por el banco, estaríamos todavía haciendo la cola».
Y así se vive en esta isla al revés, donde conseguir tu propio salario se convierte en un acto de resistencia diaria. Donde los viejos colapsan frente a los bancos, los jóvenes desesperan y los ladrones de cuello blanco siguen arriba, dando discursos sobre “justicia social”.
Porque al final del día, sin efectivo no se cocina, no se viaja, no se vive. Y el sistema lo sabe, pero no le importa. Al régimen solo le interesa seguir vendiendo el cuento de una revolución que hace rato se quedó sin alma… y sin suelto.