Desde lo más profundo de Motembo, un rincón escondido en Corralillo, Villa Clara, ha salido una historia que tiene a medio país hablando. Y no, no es un discurso de Díaz-Canel ni una promesa incumplida del régimen. Es algo mucho más real: un toro salvaje, gigantesco y violento, que durante años fue leyenda viva en los campos cubanos… hasta que un vaquero con más agallas que estatura logró ponerle soga.
El nombre del valiente es Mardiel, y dicen en el pueblo que ese hombre no le teme ni al hambre ni a las bestias. Y eso ya es mucho decir en un país donde lo primero es peor que lo segundo. Este toro, que ya cargaba en su historial con la muerte de tres caballos, fue finalmente capturado, y la escena se volvió viral en Facebook: más de seis mil reacciones, cientos de comentarios y una pila de compartidos. Porque sí, aunque La Habana esté en candela y la libreta no alcance ni para el desayuno, al cubano todavía le emociona una buena historia del monte.
Los comentarios en redes han sido una mezcla de asombro, guasa y denuncia. Uno, en tono burlesco, escribió: «Suéltenlo en mi barrio, que si camina tres metros es mucho», aludiendo al desabastecimiento brutal que padece el país. Otro fue más ácido aún y bautizó al animal como Gerardo, quizás en referencia al histórico espía del castrismo, o tal vez como símbolo de otro peso muerto que no se puede mover ni con grúa.
Lo cierto es que este toro no era cualquier cosa. Su tamaño, su fuerza y su fama de indomable lo convirtieron en un mito de esos que solo nacen donde la tierra es dura y los hombres la enfrentan con coraje. Y aunque no hay foto del tal Mardiel, ni se sabe mucho de su vida, ya tiene un puesto ganado en el Olimpo de los guajiros que no le temen ni al régimen ni a los animales bravos.
Desde diferentes zonas del país han salido a relucir historias similares, con otros toros igual de salvajes, igual de grandes, igual de legendarios. Pero ninguno ha captado tanta atención como el de Motembo. Quizás porque en medio de tanta miseria, cualquier historia que hable de valor, de resistencia o de fuerza se vuelve símbolo. Tal vez porque ese toro bravo representa a una Cuba que no se deja domar tan fácil… o que al menos lucha por no rendirse.
Pero no faltan los que miran más allá de la soga y el show. Hay quien se pregunta qué pasará con el animal ahora. ¿Será acaso uno de esos “lujos de carne” que van directo a la mesa de los generales y los ministros, mientras el pueblo se mata por una masa de croqueta? ¿O terminará en algún fogón turístico, en un hotel donde los cubanos no pueden ni asomarse?
La historia de este toro y su captura ha removido algo más que tierra en el campo. Ha sacado a flote la realidad del cubano que sobrevive entre carencias, historias exageradas y una fauna que, a veces, parece menos salvaje que el propio gobierno. Porque si algo queda claro, entre tanto meme y tanto comentario sarcástico, es que el hambre muerde más duro que cualquier bestia, y el pueblo cubano, como ese toro, lleva años peleando por no dejarse atrapar.
Y en medio de esa metáfora salvaje, solo queda una pregunta: ¿quién se va a comer al toro? O peor aún… ¿quién se está comiendo a Cuba?
