En medio de un país en ruinas, donde el trabajador cubano ya no tiene ni voz ni pan, el régimen decidió este martes sacar del juego a Ulises Guilarte de Nacimiento, quien llevaba más de once años al mando de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), la única «central sindical» permitida en la Isla. Eso sí, como es costumbre en la élite del poder, no dieron ni una explicación real. Solo soltaron un par de líneas vacías y lo mandaron a hacer “otras responsabilidades”. Traducción: lo borraron del mapa sin mucha bulla.
La “decisión” —que en Cuba ya sabemos que viene dictada desde arriba sin discusión ni debate— se dio durante una sesión del Consejo Nacional de la CTC, y la anunció el propio sitio del Partido Comunista. Ni una palabra sobre por qué lo sacaron ni en qué nuevo teatro lo pondrán a actuar.
En su lugar, colocaron a Osnay Miguel Colina Rodríguez, un bioquímico de 51 años reciclado como cuadro político, que ha hecho carrera al calor del PCC, obedeciendo línea tras línea sin salirse un milímetro del libreto. Ahora lo pintan como un tipo “capaz de generar unidad”, o sea, otro más que llega a repetir el discurso oficial mientras el país se cae a pedazos.
Como si no fuera poco el cambio de ficha, el régimen decidió también posponer el XXII Congreso de la CTC hasta mediados de 2026. El pretexto fue que todavía no terminan las conferencias municipales y provinciales. En realidad, es que saben que con tanta protesta silenciosa y malestar en los centros laborales, montar ese circo ahora sería un tiro en el pie.
Encima, crearon una Comisión Organizadora encabezada por el propio Colina y le dieron un mandato extendido que rompe con los estatutos. Porque claro, las reglas solo se cumplen cuando les conviene.
La reunión donde se fraguó todo este teatro estuvo presidida por Roberto Morales Ojeda, el hombre fuerte del Buró Político encargado de maquillar los desastres internos del PCC. Él supervisa este “reordenamiento” sindical justo cuando sectores como la salud, la educación y el transporte están reventados por el abandono, los salarios miserables y el hastío generalizado.
Durante más de una década, Guilarte fue la cara visible de una CTC domesticada, que jamás levantó la voz ante los atropellos sufridos por la clase trabajadora. Su papel fue repetir el guión del Partido, nunca defender los derechos del obrero.
En sus últimos discursos, Guilarte soltaba frases vacías sobre «resistencia activa» y «movilización de recursos», como si los cubanos no supieran ya lo que significa vivir con apagones, sin comida y con el transporte en coma. Todo era palabrería hueca, mientras la gente seguía echando el bofe para sobrevivir.
Y aunque llegó a reconocer que la CTC “no puede resolver todos los problemas”, se atrevía a sugerir que los trabajadores confiarían si sus dirigentes al menos hablaban de lo que les preocupa. El detalle es que nunca hablaron, y cuando lo hicieron, fue para decir lo que el régimen quería que dijeran.
La salida de Guilarte no es más que otro movimiento de fichas en el tablero de un régimen que juega solo para mantenerse en el poder, mientras el pueblo carga con la miseria y el silencio forzado. Cambian caras, pero no cambian el guion. Y la clase trabajadora cubana, esa que madruga con hambre y se acuesta con el alma rota, sigue sin voz, sin derechos y sin esperanza real.