La flamante elección de Lina Luaces como representante de Cuba en Miss Universo 2025 ha desatado tremenda tormenta en redes y en la comunidad cubana, tanto dentro como fuera de la isla. No es para menos: ¿cómo es posible que una muchacha nacida en Miami, hija de Lili Estefan y sobrina del clan Estefan, represente a una Cuba que ni ha sufrido ni conoce realmente?
Aunque algunos justifican que otras candidatas tampoco nacieron en la isla, lo cierto es que muchas de ellas mantienen vínculos reales y actuales con su familia y sus raíces cubanas. En cambio, Lina parece más cercana a las alfombras rojas de Univisión que a las colas del pollo en Santiago, ciudad que, por cierto, usó como fachada para competir.
El certamen, celebrado en Miami, ha levantado sospechas de todo tipo. Y no es que el pueblo sea mal pensado: el chisme está servido cuando todo el jurado aparece sonriente en fotos con Lili Estefan, quien, como sabemos, tiene un apellido que abre puertas y cierra bocas. El periodista Mandy Fridmann, invitado al show de Javier Ceriani, lo soltó sin anestesia: «Eso puede ser conflicto de intereses… aunque no tengo certeza, hasta donde se sabe, no debían tener contacto con familiares de las concursantes.» Pero parece que con tal de que Lina esté en el Miss Universo, se vale todo, hasta el jueguito turbio tras bambalinas.
Para colmo, el padre de la joven, Lorenzo Luaces, también estuvo en el evento, pero bien escondidito. Según los testigos, ni se saludó con Lili ni fue parte de la celebración, que fue en familia… pero sólo con los Estefan. Todo eso huele a montaje frío y calculado, típico de esos certámenes donde el brillo de las coronas no siempre viene del mérito, sino del apellido.
Y aunque Luaces dice estar orgullosa de representar a Cuba, la crítica más fuerte es que lo hace desde el privilegio y la comodidad del exilio dorado, sin haber sufrido las carencias, la censura o la represión que viven las verdaderas cubanas dentro del país.
No olvidemos que apenas el año pasado Cuba volvió al ruedo de Miss Universo después de 57 años de ausencia, con Marianela Ancheta como pionera del regreso. Ella, al menos, se ganó su puesto con disciplina, no con relaciones públicas. Lina, en cambio, fue coronada en un certamen cuestionado, con el título de Miss Prensa bajo el brazo y los reflectores apuntándole desde su nacimiento.
¿Puede una influencer de Miami hablar en nombre de una Cuba que apenas pisa? ¿O esto es otra jugada para mantener la imagen de una isla moderna y colorida que no existe más que en Instagram?
Mientras el régimen se desentiende de los verdaderos problemas del país, esta polémica deja claro que hasta la representación cultural se ha vuelto espectáculo manipulado, donde lo cubano se vende al mejor postor, aunque venga con acento extranjero y desconectado de la realidad.