Desde el portal de su casa, con el alma hecha pedazos y el celular en mano, Annie Zúñiga, una madre cubana, encendió las redes sociales con un video que retrata una realidad tan cruda como silenciada en la Cuba actual: la destrucción de toda una generación a manos de una droga sintética barata y peligrosa conocida en las calles como “el químico”.
“Esto es lo que veo todos los días desde mi portal. A cualquier hora. Siempre es lo mismo”, denuncia la mujer, mientras graba a varios jóvenes tambaleándose, desconectados de la realidad, completamente consumidos por el efecto de esa mezcla infernal que ya se ha convertido en plaga en los barrios populares de la isla.
Zúñiga, sin miedo a las consecuencias, lanzó su grito de auxilio a través de las redes. “Son todos jóvenes… y están perdidos”, dice con voz entrecortada, dejando claro que ya no es posible hacer la vista gorda ante lo que está pasando a plena luz del día, sin que las autoridades muevan un dedo.
“Yo no dejo salir a mis hijos a jugar, ¿cómo los voy a exponer a esto?”, cuestiona, mientras apunta con el lente a la misma esquina donde una vez jugaron niños, y que ahora parece más un escenario post-apocalíptico que una comunidad habitable.
Un grito desesperado en medio del silencio oficial
Lo más demoledor de su testimonio no es solo la imagen de los jóvenes bajo el efecto de esa basura tóxica, sino la sensación de abandono, impunidad y normalización del horror. “Todos sabemos quiénes son los que venden… pero nadie hace nada. Y lo peor es que el cubano ya ve esto como algo normal”, lamenta.
No menciona el nombre del barrio, tal vez por miedo, tal vez porque sabe que esa escena podría repetirse en cualquier rincón del país, desde Marianao hasta San Miguel, desde Camagüey hasta Santiago. El químico ha echado raíces donde el Estado ha soltado la cuerda.
¿Qué es exactamente “el químico”? Una mezcla siniestra de ingredientes tóxicos como disolventes, formol y yerbas secas que se fuman o inhalan. Una droga mortal de producción barata, distribuida a la cara del sol, incluso cerca de escuelas y en barrios periféricos, donde la desesperanza hace de caldo de cultivo para la destrucción.
Quienes la consumen pierden la noción de la realidad, entran en estados de psicosis, sufren convulsiones, colapsos, y daños cerebrales irreversibles. Muchos no vuelven a ser los mismos, si es que logran salir de eso con vida.
Una generación en la cuerda floja y un régimen que mira para otro lado
Aunque de vez en cuando el oficialismo organiza alguna redada para justificar su inacción, la verdad es que el microtráfico sigue fluyendo como si nada. El precio bajo, la facilidad de acceso y la ausencia de una política pública real contra esta epidemia hacen que la situación se salga de control.
La denuncia de Annie ha despertado una oleada de solidaridad en redes sociales. Decenas de cubanos le han dado las gracias por atreverse a mostrar lo que muchos prefieren callar, por miedo o por desesperanza. Porque, como ella misma dice, “esto pasa todos los días, y ya no se puede más”.
Mientras el régimen sigue más ocupado en perseguir opositores y controlar la internet, las calles se llenan de jóvenes zombis, perdidos en una nube de químicos, con el futuro hecho trizas y la vida colgando de un hilo.
Y en medio de ese panorama desolador, una madre graba desde su portal. Porque en Cuba, el drama no necesita cámaras de televisión ni crónicas oficiales: basta con abrir la ventana.