La tragedia volvió a tocar la puerta de La Habana este viernes por la tarde, cuando un edificio en ruinas colapsó en San Bernardino, entre Serrano y Durege, en el municipio Diez de Octubre, dejando bajo los escombros a al menos dos personas que, presuntamente, se encontraban dentro de la estructura.
La edificación, que llevaba más de tres meses en “demolición” sin terminar de caer ni de ser asegurada, era un cascarón vacío al que entraban personas a pesar de las advertencias. Vecinos y hasta autoridades locales habían alertado del peligro, pero como suele pasar en la Cuba del abandono, nadie hizo nada hasta que fue demasiado tarde.
Los equipos de rescate trabajan a toda máquina, sin parar, tratando de encontrar con vida a los atrapados. En el sitio se movilizaron bomberos, rescatistas, unidades caninas, la Policía Nacional Revolucionaria y personal de salud, que hacen lo imposible con lo poco que tienen. No hay tecnología, no hay recursos, pero sí hay manos que no se rinden.
Como es costumbre en estos casos, también se aparecieron los figurones del Partido. Livan Izquierdo Alonso, primer secretario del PCC en La Habana, y Yanet Hernández Pérez, gobernadora de la capital, llegaron al lugar a mostrar la cara, aunque el desastre les estalle en la cara todos los días. Promesas, caras largas y cámaras. Pero las ruinas siguen cayendo, y el pueblo sigue pagando la negligencia con sangre y escombros.
Según informaron medios oficialistas, los trabajos continuarán sin descanso hasta dar con las personas desaparecidas. Pero en los barrios, el murmullo es otro: “ese derrumbe lo veíamos venir”, dicen muchos residentes del Consejo Popular Tamarindo, donde las edificaciones viejas y abandonadas son parte del paisaje cotidiano, una ruleta rusa donde siempre pierde el pueblo.
Este nuevo colapso es otra prueba del colapso generalizado que vive la capital cubana, donde los edificios se derrumban tan fácil como las promesas del régimen. Mientras el gobierno construye hoteles cinco estrellas para turistas que no llegan, las viviendas del cubano de a pie siguen cediendo al paso del tiempo, la humedad y el olvido estatal.
Y cada vez que pasa, la historia se repite: “Fue un accidente”, “se investigará”, “se actuará con rigor”. Pero la realidad es más dura que el cemento: en Cuba, vivir en una ciudad en ruinas es también una forma de resistencia. Porque cada amanecer es un pulso entre la vida y el colapso. Y el régimen, lejos de reconstruir, solo administra el desastre.