En Sibanicú, Camagüey, la miseria disfrazada de “resistencia creativa” vuelve a hacerse sentir. Sin electricidad ni hielo, la Unidad Empresarial de Base Acuinicú ha tenido que volver al siglo XIX para conservar el pescado: lo sumergen en salmuera y luego lo secan al sol, como se hacía en los tiempos en que ni soñar con una nevera era posible.
El jefe de brigada, Adrián Velazco, se esfuerza por pintar el panorama con optimismo, asegurando que su equipo está dispuesto a “trabajar sin descanso” para evitar pérdidas. Pero la realidad es que están haciendo malabares para que no se eche a perder el pescado en pleno 2025, porque el Estado no garantiza ni lo mínimo.
Según el oficialista Adelante, la producción diaria ronda entre 2,5 y 3 toneladas, que se reparten entre organismos “priorizados” y algunas pescaderías en Guáimaro y Najasa. Todo esto dentro de un plan anual que pretende alcanzar 1 355 toneladas, con especies como la tenca y la carpa al centro del negocio.
Mientras tanto, el director de Acuinicú, Armando Peña Guerra, admite que aún están tratando de recuperar el compresor de la planta de hielo, un equipo vital para conservar el pescado fresco. Pero la solución que encontraron fue echar mano a métodos preindustriales, como si estuvieran en una novela de época. Y encima lo venden como ejemplo de resiliencia.
Esto no es resistencia, es ruina con nombre bonito. Un país que se dice revolucionario y soberano, pero que no puede mantener una cadena de frío, no está avanzando ni sobreviviendo: está retrocediendo a pasos largos hacia la barbarie.
Y por si quedaban dudas, el panorama energético en Cuba sigue en picada. Para este 12 de julio, la Unión Eléctrica ya avisó que los apagones seguirán comiéndose el país. En el horario pico, se esperan afectaciones de hasta 1540 megavatios. ¿Resultado? Más comida echada a perder, más industrias paralizadas y más cubanos en la oscuridad.
En Consolación del Sur, por ejemplo, la falta de electricidad arruinó más de 385 hectáreas de tabaco, porque no se pudo regar a tiempo. Eso es lo que pasa cuando un sistema colapsado no puede ni prender una bomba de agua.
Y si alguien cree que estamos exagerando, basta mirar las redes. Un video viral mostró a una mujer cubana lavando con una lavadora conectada a un río, a falta de agua corriente y electricidad. Otra, sin tantos recursos, terminó lavando su ropa directamente en el río, al más puro estilo del siglo pasado.
Mientras tanto, medios oficialistas tratan de romantizar el uso de briquetas de carbón vegetal como si fuera una solución moderna. Pero las imágenes son otras: gente cocinando a la intemperie, cubierta de hollín, alumbrándose con luces improvisadas, como si estuviéramos en una zona de guerra.
La Cuba del 2025 no huele a progreso, huele a humo, salmuera y desesperación. Y aunque el régimen quiera maquillar esta decadencia con discursos vacíos, los cubanos saben que lo que están viviendo no es resistencia, es abandono institucionalizado. Porque cuando cocinar, conservar alimentos o simplemente lavar la ropa se convierte en un reto diario, ya no hay Revolución que aguante el cuento.
