En el corazón de Centro Habana, donde la precariedad convive con la rutina, un descuido infantil volvió a encender las alarmas. Un menor jugando con una fosforera provocó un incendio en un solar de la calle Campanario, entre Ánimas y Virtudes, en pleno Consejo Popular Dragones. Esta vez, por suerte, no hubo que lamentar víctimas, pero el susto fue grande y las llamas dejaron su huella en tres habitaciones que ahora son puro hollín y escombros.
Las autoridades locales, con su típica fórmula reciclada, salieron corriendo a Facebook a anunciar que “gracias al rápido accionar de los bomberos” se pudo controlar la situación. Esa frase trillada ya no convence a nadie. El fuego se apaga, sí, pero las condiciones que lo alimentan siguen ahí, como una mecha encendida.
El régimen se apresura a decir que hicieron “el levantamiento de los daños” y que las familias afectadas fueron “atendidas oportunamente”. Pero todos sabemos lo que eso significa en lenguaje oficialista: una visita con libreta en mano, promesas huecas y soluciones que no llegan nunca.
Este incendio se suma a una cadena de sucesos similares que reflejan la total desprotección de la población ante este tipo de emergencias. El jueves pasado, en Jovellanos, Matanzas, tres casas fueron pasto de las llamas en el consejo popular Flor Crombet. Dos quedaron totalmente destruidas y la tercera apenas se sostuvo. Otra vez, milagrosamente, nadie murió.
También en Santiago de Cuba, el 9 de julio, los bomberos tuvieron que actuar rápido para sofocar un principio de incendio en una vivienda del centro de la ciudad. Y ni hablar del infierno que se desató a inicios de mes en Güines, Mayabeque, donde tres casas quedaron reducidas a cenizas y una persona perdió la vida en medio del caos..
Cada uno de estos incendios es un grito que el régimen se niega a escuchar. Viviendas apiñadas, instalaciones eléctricas obsoletas, falta de mantenimiento y cero prevención. Ese es el cóctel explosivo que alimenta estas tragedias. Y mientras el aparato propagandístico se esfuerza por maquillar la realidad con palabras bonitas, el fuego sigue recordándonos que vivir en Cuba es jugarse la vida cada día… incluso por culpa de una simple fosforera.
Porque aquí, hasta un juego de niños puede terminar en desastre. Y el Estado, como siempre, llega tarde… cuando ya las llamas lo han devorado todo.