El eterno calvario de la Terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí parece no tener fin. Ahora, en pleno julio y con el calor que revienta piedras, las autoridades aseguran —una vez más— que están “trabajando de forma constante y sistemática” para resolver el problema del aire acondicionado. Sí, ese mismo que lleva más de un año dando guerra y dejando a pasajeros y empleados empapados en sudor y frustración.
La promesa llegó, cómo no, a través de una publicación en la página oficial del aeropuerto en Facebook, ese espacio que el régimen usa como vitrina para lavar su imagen sin decir nada concreto. “Estamos trabajando para garantizar un mejor funcionamiento del sistema de climatización”, dicen, como si esa frase no la hubieran repetido mil veces antes, sin resultados visibles.
También mencionan que han puesto en marcha “acciones de mantenimiento preventivo” para que no haya afectaciones. Pero los cubanos que han pasado por allí saben que eso suena más a chiste que a solución. La realidad es otra: calor insoportable, ventilación nula, baños que dan pena y un ambiente que más que terminal internacional parece terminal de ómnibus en ruinas.
En septiembre de 2024, ya se había prometido arreglar el aire. ¿El motivo? Un video que se hizo viral mostrando a los pasajeros literalmente chorreando sudor y reclamando a gritos por condiciones humanas. En ese entonces, las autoridades salieron con el mismo cuento: que si reparaciones parciales, que si soluciones provisionales… Pero al final, todo quedó en parches, abanicos industriales mal puestos y un montón de promesas volando con el calor.
Y por si fuera poco, el panorama general de la terminal es puro abandono institucional: baños asquerosos, salones sin condiciones mínimas, colas mal organizadas y un personal que muchas veces está más estresado que los propios viajeros. No es casualidad que la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) haya ubicado al aeropuerto habanero entre los más congestionados y problemáticos de América Latina.
El comunicado más reciente, aunque vuelve a repetir el cuento del “compromiso con el bienestar de la comunidad aeroportuaria”, no dice ni cuándo, ni cómo, ni con qué van a solucionar el tema. Tampoco aclara si los equipos ya están funcionando o si seguirán remendando mientras pasa el calor. Ni una palabra sobre los baños, el Wi-Fi miserable, o el caos en los flujos de entrada y salida.
Lo cierto es que hablar de “ambiente cómodo y agradable” en la terminal más cuestionada de Cuba suena a burla. Mientras el régimen mete millones en hoteles vacíos y obras para el turismo de élite, los cubanos que viajan —casi siempre por necesidad, no por placer— tienen que soportar un aeropuerto que es un reflejo perfecto del país: abandonado, improvisado y lleno de excusas.
Otra promesa más, otro engaño más. Y mientras tanto, el calor sigue, el aire no llega y los cubanos sudan… no solo por el clima, sino por vivir bajo un sistema que nunca enfría.