Con Holguín medio a oscuras, sumida en apagones y con la desesperanza calando hasta los huesos, el régimen cubano decidió echar a rodar otra de sus absurdas puestas en escena: la “Fiesta Cristal”, un derroche de luces, cerveza, artistas y cinismo organizado por la Cervecería Bucanero S.A. y MB Producciones, con el beneplácito entusiasta de los burócratas locales.
El evento, que tuvo lugar el sábado 12 de julio en las afueras del estadio Calixto García, fue dirigido artísticamente por la presentadora Edith Massola, quien —desde su burbuja privilegiada— encabezó esta fiesta que pretendió pintar alegría donde solo hay precariedad. No faltaron grupos musicales como Maykel Blanco y su Salsa Mayor, Elito Revé, JG y Wildey, en un espectáculo con entrada “libre”, como bien destacó Radio Taíno, aunque esa gratuidad fue solo para ciertos ojos.
Según medios oficialistas, el fiestón forma parte de la campaña de verano del régimen titulada “Siempre Joven”, una burla para una población agotada por el hambre, el calor y la falta de todo. Montaron 16 carpas de cerveza Cristal, rifas, juegos y conciertos hasta bien entrada la madrugada. Incluso centros culturales como el Salón Benny Moré y la cafetería Charles Chaplin cerraron para sumarse al carnaval revolucionario.
Pero mientras desde las tarimas llovían las congas y los aplausos enlatados, el pueblo estaba que echaba chispas.
“Una vergüenza nacional”, así calificaron muchos el espectáculo en redes sociales. Y no era para menos. La fecha elegida para el show coincidió de forma grotesca con el cuarto aniversario del 11J, el día en que miles de cubanos se lanzaron a las calles a gritar “¡Libertad!” y “¡Abajo la dictadura!”. Un estallido que el régimen reprimió con puños, palos y cárceles. Más de mil cubanos aún están tras las rejas por manifestarse pacíficamente aquel día.
También coincidió con el aniversario de la masacre del remolcador “13 de Marzo”, otro episodio brutal donde el régimen dejó morir a más de 40 personas —incluidos niños— por el simple hecho de querer huir del infierno insular.
Pero en lugar de recordar, pedir perdón o al menos guardar silencio, el castrismo montó una fiesta con manillas VIP, cerveza ilimitada y acceso exclusivo para dirigentes, según denunciaron varios usuarios en Facebook. “Gratuito fue para los de la tarima”, soltó una cubana con evidente indignación.
Y como si el descaro fuera poco, la figura de Edith Massola también recibió su dosis de críticas. “¿Cómo puede promover alegría desde una tarima mientras su familia vive tranquila fuera del país?”, preguntaron muchos. La desconexión emocional de quienes hoy lucran con “la imagen cultural de Cuba” y viven de espaldas al sufrimiento del pueblo, quedó en evidencia.
El derroche de electricidad en medio de una crisis energética atroz también fue motivo de burla e ira. Mientras la mayoría de los cubanos no puede dormir del calor por los apagones, en la fiesta no faltó luz ni corriente para luces, sonido, refrigeradores y pantallas. “¿Por qué no ahorran esa corriente y nos ponen un poquito más para dormir?”, se preguntó un internauta con ironía desesperada.
Otros, más preocupados por la seguridad que por la cerveza, advirtieron que estas fiestas también son caldo de cultivo para asaltos y violencia. “Los bandidos esperan que acabe la rumba pa’ caerle a palo a la gente y quitarle lo poco que tienen”, lamentó un joven.
La periodista Annarella Grimal resumió el sentir colectivo con claridad: estas fiestas no representan al pueblo, sino a esa cúpula privilegiada que “se sigue burlando del cubano de a pie”. Y no es la primera vez. Ya en febrero pasado, la fastuosa cena del Festival del Habano en el Capitolio dejó claro que la élite se da la gran vida mientras el país se cae a pedazos.
Y por si hiciera falta justificar semejante despliegue, ahí salió Lis Cuesta, la primera dama más despistada de América Latina, a declarar que estos eventos son parte de la “identidad nacional” y que no pueden cancelarse. Al parecer, para el castrismo, la identidad del cubano es bailar, tomar cerveza caliente y fingir alegría mientras los niños pasan hambre y los hospitales se caen en ruinas.
No se trata de una fiesta. Se trata de una bofetada. Una más, en la cara de un pueblo cansado, humillado y cada vez más consciente de que quienes mandan, ni sienten ni padecen. Solo les interesa el espectáculo, mientras afuera, en las calles y en los hogares, la miseria sigue siendo la verdadera protagonista.
