La familia de José Daniel Ferrer, uno de los rostros más emblemáticos de la resistencia cubana, lleva seis días sin saber absolutamente nada de él. Ni una llamada, ni una señal, ni una actualización sobre su salud o paradero. Solo el silencio gélido de un régimen que ha convertido la represión en su política oficial.
“Seis días sin saber si mi hermano sigue con vida o si continúa siendo torturado”, escribió su hermana, Ana Belkis Ferrer, desde la cuenta de X del opositor. Su mensaje no fue solo una denuncia desesperada, sino una acusación directa contra un sistema que viola los derechos humanos de forma sistemática y sin pudor.
En palabras que retratan la indignación de miles, Ana Belkis exigió justicia internacional y condena para los responsables de estos crímenes de lesa humanidad.
Golpes, torturas y amenazas: el infierno en Mar Verde
La última vez que se tuvo información concreta de Ferrer fue tras las graves denuncias de torturas diarias en la prisión de Mar Verde, en Santiago de Cuba. Desde el 25 de junio, según su familia, ha sido brutalmente golpeado por oficiales del penal y, peor aún, por reclusos comunes usados como sicarios bajo órdenes del régimen.
Le dieron con todo: puños, patadas, golpes en la cabeza, espalda, abdomen, piernas. Lo dejaron tan maltrecho que incluso defecó sobre sí mismo por el dolor. Todo, según relatan sus familiares, con un único propósito: forzarlo a vestir el uniforme de preso común, algo que Ferrer, con dignidad, se ha negado a hacer.
Pero la violencia no para ahí. Los guardias le niegan alimentos, medicinas y artículos de aseo, con la excusa de que “si no hay visita, no hay depósito”. Un castigo tan cruel como cínico, que solo busca doblegarlo física y psicológicamente.
Una tortura sistemática que no cesa
A partir del 1ro de julio, las golpizas se volvieron una rutina. No importa la hora. A veces son seis, otras ocho o hasta diez los que se turnan para humillarlo, torcerle los dedos, golpearle los riñones, asfixiarlo, forzarlo a tomar leche a la fuerza.
Un día lo empaparon por completo con ese mismo líquido que él se negaba a tomar como protesta. Lo dejaron tirado en el piso, sin poder moverse durante más de 24 horas, mientras sentía cómo las moscas le caían encima como si ya no fuera un ser humano, sino una presa abandonada a su suerte.
Y como si todo eso no bastara, el régimen lo amenaza de muerte a él y a su familia. Ferrer ha advertido que si lo asesinan, vendrán por sus seres queridos: su esposa, su hijo, su hermana. Una cacería anunciada, al estilo más bajo y cobarde de una dictadura que ya no se molesta en esconder su naturaleza represiva.
Huelga de hambre en medio de la desesperación
El 29 de junio, Ferrer inició una huelga de hambre como último acto de resistencia. Protesta contra su encarcelamiento injusto, por la revocación arbitraria de su libertad condicional, por el aislamiento total al que lo tienen sometido y por el deterioro físico que lo está consumiendo lentamente.
Desde su arresto más reciente, el 29 de abril, ha sido confinado sin justificación legal transparente, acusado absurdamente de “propaganda contra el orden constitucional” y de “desacato” al mismo Díaz-Canel. Cargos que no buscan justicia, sino castigo por alzar la voz en un país donde la represión es la norma.
El mundo no puede seguir callando
Organizaciones internacionales ya han calificado su caso como uno de los más graves abusos contra los derechos humanos en Cuba. Pero los gritos de alerta, hasta ahora, no han sido suficientes para frenar el sadismo de los que gobiernan la isla como si fuera un feudo.
José Daniel Ferrer no es solo un prisionero político. Es el símbolo de una nación que quiere libertad. Y hoy su vida está en riesgo, mientras los culpables siguen en el poder, con las manos manchadas y el rostro impune.
Que no se diga mañana que no lo sabíamos.
Que no se diga que el mundo fue cómplice en su silencio.
