Roxana Maldonado vivía su vida en Estados Unidos como muchas otras cubanas de la diáspora: entre el trabajo, los hijos, las preocupaciones y los sueños de un futuro más estable. Pero todo cambió en 2023, cuando su esposo, Reinier Gutiérrez, fue deportado a Cuba. Desde entonces, su historia dejó de ser solo personal y pasó a representar a cientos de familias cubanas partidas por las duras políticas migratorias, el burocratismo y la angustiosa distancia emocional.
Este 3 de julio, después de casi dos años de espera, Roxana tomó la decisión más valiente: viajar con sus hijos hasta Cuba para reencontrarse con su esposo. El momento del abrazo no quedó grabado en video, porque las emociones la desbordaron tanto que no pudo ni sostener el teléfono. Sin embargo, lo relató con ternura en un TikTok que ha tocado muchos corazones. “Ustedes saben que después de la deportación de mi esposo, yo he estado abogando y volviéndome loca por las redes… finalmente llegué a Cuba. ¡Motembo está en candela!”
Desde su perfil @roxanamaldonado_, la cubana ha ido contando pedacitos de su vida: la lucha diaria, el dolor de la separación, la falta de respuestas del sistema, y ahora, la emoción del reencuentro. En el video, entre risas nerviosas, interrupciones de sus hijos y una mezcla de cansancio con esperanza, Roxana intenta reconstruir su historia desde cero, en la tierra colorada de Villa Clara.
Separación, silencio y resistencia
La deportación de Reinier ocurrió bajo la administración Biden, pese a que Roxana es ciudadana estadounidense y madre de un bebé con problemas de salud. La historia se vuelve aún más frustrante al saber que no les permitieron casarse ni presentar peticiones humanitarias. En resumen: los dejaron sin opciones.
Pero el golpe más duro no es solo el físico, sino el emocional. La falta de comunicación es una tortura diaria. “Cada vez que estoy hablando con él, no logro completar una conversación. Ni con recargas, ni con datos, nada funciona”, explicó. Y lo más irónico de todo: su esposo depende de una planta eléctrica vieja —que él mismo mandó de EE.UU. cuando aún vivía allá— para poder cargar su celular y hablar unos minutos con ella. Ahora, esa planta es lo único que lo mantiene conectado con su familia.
Dos años de lucha y una madre incansable
Roxana no ha tirado la toalla. Ha usado sus redes para denunciar, para desahogarse, para visibilizar un drama que muchos prefieren ignorar. “Voy con los niños, a resetear un poco, porque esto ha sido un proceso largo”, dijo con esa mezcla de agotamiento y fuerza que tienen las mujeres que no se rinden.
Y no está sola. Su historia se une a otras como la de Ariel Cruz Pentón, deportado a México tras siete años en EE.UU. sin antecedentes penales. O Heydi Sánchez, otra madre cubana deportada en abril, que todavía espera desde la isla poder reunirse con sus hijos en Estados Unidos, aunque su caso ya fue aprobado. Cada nombre, cada rostro, cada historia, es una herida abierta que nadie parece querer cerrar.
No termina cuando el avión aterriza
Lo que estas historias tienen en común es que la deportación no se acaba cuando el avión aterriza. Ahí apenas comienza otro tipo de dolor: el del silencio, el de no poder ver crecer a tus hijos, el de no saber si volverás a ver a tu pareja en persona. Es una forma de duelo que no tiene cuerpo, pero sí memoria.
Roxana lo sabe, lo vive, lo grita en cada video. Su reencuentro con Reinier es solo un pequeño alivio en una historia mucho más grande, donde el amor intenta sobrevivir a distancia, entre apagones, burocracia y esperas eternas.
