Marta Elena Feitó, ministra de Trabajo y Seguridad Social, soltó una perla que ha dejado boquiabierto hasta al más curtido: en Cuba, según ella, no hay mendigos. Lo que hay son gente disfrazada de mendigos. Así, con la cara bien dura, minimizó la indigencia rampante que se desparrama por las calles de la Isla como el marabú en los campos.
En un intento de justificar lo injustificable, la ministra aseguró que limpiar parabrisas en los semáforos no es más que un “modo de vida fácil”. Como si correr entre carros, descalzo, muerto de hambre, bajo el solazo de julio, fuese un lujo que cualquiera quisiera darse. Según su lógica torcida, esas personas escogen la calle como quien escoge un empleo en una empresa turística.
Desde su Cuba imaginaria —esa que solo existe en las oficinas con aire acondicionado y ventanas polarizadas—, Feitó parece creer que los indigentes están actuando un papel. Como si fuera un montaje para dañar la imagen del régimen, como si todos los que viven en portales, se alimentan de la basura y se tapan con cartones fueran extras pagados por la CIA.
La ignorancia mezclada con el desprecio
Para la ministra, los que duermen en la calle y limpian cristales no son pobres, ni víctimas del abandono estatal. No. Son “bebedores” que usan el dinero para emborracharse. Un discurso asquerosamente insensible que, además de falso, ignora el drama real del alcoholismo en Cuba, una enfermedad que ha crecido con la crisis, como crecen los huecos en los techos y la desesperanza en las almas.
Pero esta ceguera no es casual. En el mundo de la casta gobernante, no hay miserables. Porque los sacan del camino para que los ministros no los vean. Para que sigan creyendo que en Cuba nadie duerme en la calle y que los “vulnerables” son un concepto abstracto de algún informe de buró.
La hipocresía estatal en su máxima expresión
Mientras Feitó niega la existencia de indigentes, el propio discurso oficial lleva años hablando de “atención a los vulnerables”, haciendo reuniones millonarias, imprimiendo planes sociales que jamás se ejecutan y lanzando promesas que se las lleva el viento. ¿Para qué tanto show si luego la ministra dice que los pobres son unos farsantes?
Y para colmo, criminaliza la pobreza. Porque, claro, siempre hay quien se aprovecha, pero usar a unos pocos caraduras para esconder una tragedia nacional es de una bajeza que solo puede venir de alguien desconectado del pueblo hasta el tuétano.
La calle habla, aunque el poder no escuche
Solo hay que caminar por Centro Habana, por Diez de Octubre, por Santa Clara o Camagüey, para ver la cruda realidad: niños pidiendo comida, viejitos que no pueden ni cobrar su pensión, enfermos mentales abandonados, alcohólicos tirados en el piso… todos absolutamente solos. Todos en manos de Dios porque el Estado les viró la cara.
Feitó, que debería estar encabezando soluciones, prefiere usar el micrófono para tapar el sol con un dedo y limpiar la imagen de un régimen podrido. Pero su comentario ya quedó en la memoria popular, como otro capítulo vergonzoso junto al “orden de combate” de Díaz-Canel y el descaro de Gladys Bejerano reconociendo que GAESA está fuera de control.
¿Hasta cuándo esta ceguera voluntaria? ¿Hasta cuándo van a seguir echándole la culpa al pueblo por la miseria que ellos mismos han sembrado?
La indigencia en Cuba no es un invento, ni un disfraz. Es el resultado de décadas de abandono, represión, corrupción y desidia. Y que una ministra lo niegue, solo confirma que el poder en la Isla vive en otro país. Uno sin pobreza, sin colas, sin apagones… sin pueblo.