“El cuartico sigue igualito, mi gente.” Así podría tatuarse en la frente de cada cubano que haya tenido que lidiar con la mala atención al cliente en las tiendas y negocios de la Isla. Porque aquí, da igual los años que pasen o los reportajes que se publiquen, el cuento sigue siendo el mismo… o peor.
Un reciente reportaje del semanario 5 de Septiembre, firmado por la periodista Leyaní Díaz Hernández, vuelve a sacar los trapitos al sol en Cienfuegos, donde comprar algo tan simple como un desodorante o una bolsa puede convertirse en una odisea digna de Homero.
La autora, en primera persona, cuenta su propia desgracia: más de diez minutos esperando por una cajera que, en lugar de cobrarle, estaba entretenida acomodando frasquitos de perfume. Lo peor es que nadie movió un dedo para echarle una mano, porque, según las demás empleadas, “eso no les tocaba a ellas.”
Y es que en Cuba, todos tenemos historias parecidas. Da igual si eres periodista, ama de casa, médico o campesino. Aquí, hasta para que te cobren, tienes que tener “mucha paciencia y cara de mártir.”
Indiferencia con denominación de origen cubana
El problema va más allá de anécdotas puntuales. Es un mal sistémico, enquistado en la cultura laboral cubana, que se ha convertido casi en parte del folklore. La lentitud, la apatía y el “me importa un pepino” hacia el cliente reinan tanto en negocios estatales como en mipymes privadas, que se suponía iban a cambiar las reglas del juego. ¡Pues mira tú qué va!
En otra escena relatada en el reportaje, un joven empleado de una mipyme ni siquiera levantó la vista del celular cuando un cliente pidió una bolsa. Solo reaccionó cuando lo llamaron a gritos. Y la periodista lo dice clarito: “No es sano tener que alzar la voz para que te atiendan, cuando bastaría con un simple ‘dígame, en qué le ayudo.’”
El dinero vale… pero no siempre
Para colmo, en Cuba ni siquiera tener dinero te garantiza que te atiendan bien. Leyaní cuenta la historia de un hombre que quiso pagar con billetes de 10 pesos cubanos y fue despachado con viento fresco. El dependiente, con la cara más dura que un adoquín, le dijo que no aceptaba billetes pequeños.
Solo cuando un tercero aclaró que el señor era vendedor del agro y recibió una llamadita, lo llamaron de vuelta para atenderlo. O sea, aquí no basta con tener dinero, tienes que “caer bien” o tener palanca.
La periodista se hace la pregunta que muchos se repiten: “¿Diez pesos no es dinero?” Y, más allá del monto, lo que duele es esa mentalidad torcida de que el cliente vale menos que un pomo vacío.
Algunas luces en tanta oscuridad
Eso sí, la periodista reconoce que aún quedan algunas joyitas humanas que mantienen la cortesía y la profesionalidad, atendiendo con una sonrisa y haciendo su trabajo como se debe. Pero son la minoría, y ahí está el verdadero drama.
Porque en un país donde conseguir cualquier producto es casi un milagro, tener que rogar para que te vendan algo y, encima, que te traten como si estuvieras mendigando, es simplemente el colmo.
Como bien dice Leyaní al final: “No guardo rencor y soy práctica: no regreso a donde no me tratan bien.” Y ojalá muchos cubanos pudieran darse ese lujo, pero cuando hay tan pocas opciones, hasta eso es un privilegio.
Así que sí, caballero, el cuartico sigue igualito… y con más telarañas que nunca.