Miguel Díaz-Canel ha vuelto a hablar… pero como siempre, sin decir nada que moleste demasiado a los suyos. En medio de la tormenta desatada por las indignantes declaraciones de la ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó Cabrera, quien negó la existencia de mendigos en Cuba asegurando que “están disfrazados”, el mandatario decidió reaccionar. Pero su reacción fue lo que muchos han calificado como un acto de cobardía política.
Desde su cuenta oficial en X (antes Twitter), Díaz-Canel escribió: “Muy cuestionable la falta de sensibilidad en el enfoque de la vulnerabilidad. La Revolución no puede dejar a nadie atrás, esa es nuestra divisa, nuestra responsabilidad militante.”
Palabras vacías, sin nombre, sin valentía y sin el más mínimo gesto de rectificación real. Ni una mención directa a la ministra que, ante el Parlamento, soltó la barbaridad de que los cubanos que piden limosna o escarban en los latones “están disfrazados” y buscan “una vida fácil”.
El gobernante —si es que ese título aún le queda— no se atrevió a llamarla por su nombre, ni a exigir su destitución, ni a pedir disculpas públicas. En cambio, se escondió detrás de la vaguedad y el discurso de siempre: que si la Revolución, que si la divisa, que si la responsabilidad militante. Un blablablá vacío que insulta aún más a quienes sobreviven entre la miseria, el abandono y el cinismo estatal.
La indignación no se detiene
Las palabras de la ministra Feitó han provocado una verdadera ola de rechazo dentro y fuera de la isla. Artistas como Luis Silva (Pánfilo) reaccionaron con sátira demoledora, adaptando el tema “El muerto vivo” para titularlo: “No eran mendigos, estaban disfrazados”, dejando al descubierto el nivel de desconexión entre los burócratas y el pueblo que dicen representar.
Otros, como el veterano actor Luis Alberto García, se mostraron consternados por el silencio cómplice de la Asamblea Nacional, denunciando que ningún diputado se atrevió a replicar a la ministra, como si todos compartieran la misma visión deshumanizada del país.
“Esto es muy serio. Ni un solo participante en el cónclave le salió al paso a la ministra”, lamentó García. “De lo que se desprende que todos piensan igual. Vamos muy mal, Camilo”.
La calle habla y la miseria no se esconde
Mientras Díaz-Canel juega a ser el “moderado” del desastre que dirige, la realidad en Cuba grita desde cada esquina de Centro Habana, de Marianao, de cualquier municipio en ruinas. Personas con trastornos mentales abandonadas en plena calle, niños pidiendo comida, jóvenes atrapados en adicciones sin salida, abuelos durmiendo en portales. Eso no es disfraz. Eso es pobreza brutal, y es responsabilidad directa del régimen.
Como ya se ha denunciado en artículos anteriores, en Cuba se habla de “vulnerabilidad” para no decir pobreza, y se oculta tras eufemismos todo un sistema colapsado que no tiene cómo responder a las necesidades más básicas del pueblo.
Feitó no es una pieza suelta. Es funcionaria obediente del mismo engranaje represor, y sus palabras reflejan lo que el régimen piensa, aunque luego se disfracen de sensibilidad. Porque si Díaz-Canel realmente pensara distinto, la habría destituido en ese mismo momento, en vez de publicar una frase genérica para seguir haciéndose el que escucha.
Una Revolución que dejó a todos atrás
El colmo de la hipocresía está en su frase final: “La Revolución no puede dejar a nadie atrás”. Pero eso, señor Díaz-Canel, ya ocurrió hace mucho tiempo. A usted y a su cúpula ya se les fue el tren del pueblo. Hoy solo quedan en el vagón los burócratas bien alimentados, mientras los de abajo se tiran del andén buscando algo para comer.
Esta reacción tardía, tibia y sin consecuencias reales no limpia la ofensa, ni la burla, ni el desprecio que ha quedado en evidencia. Si de verdad no quiere dejar a nadie atrás, que empiece por bajar del podio a quienes miran al pueblo con arrogancia y desdén.
Pero claro… eso no va a pasar, porque Marta Elena Feitó sirve a los mismos intereses que él: sostener una maquinaria podrida que vive de negar lo evidente.