Después de semanas de incertidumbre y denuncias desgarradoras, la dictadura cubana finalmente permitió una visita controlada al líder opositor José Daniel Ferrer, quien se encuentra en condiciones infrahumanas dentro de la prisión de máxima seguridad de Mar Verde, en Santiago de Cuba.
La única que pudo verlo fue su esposa, la doctora y activista Nelva Ismaray Ortega, quien entró a la cárcel este lunes bajo la estricta vigilancia del represor de la Seguridad del Estado conocido como Julio Fonseca. Apenas una hora le dieron, como si se tratara de un favor. Pero en esa breve visita quedó claro que Ferrer está vivo, aunque su integridad física sigue en grave peligro.
“Las golpizas han parado… por ahora”, le confesó el propio Ferrer a Ortega. Un alivio momentáneo que no borra todo el horror que ha vivido: semanas recibiendo palizas, torturas, amenazas, y sobreviviendo entre chinches, mosquitos y condiciones degradantes. Y lo más indignante: a manos de reclusos comunes usados como sicarios por el régimen, una práctica cobarde y sistemática para castigar a los que no se doblegan.
Fue su hermana, Ana Belkis Ferrer, desde Estados Unidos, quien compartió los detalles en redes sociales, dejando claro que su hermano “continúa hacinado junto a delincuentes al servicio de la dictadura” y que su situación no ha mejorado, solo ha cambiado de método.
Un calvario sin tregua
El pasado 5 de julio, José Daniel fue atacado brutalmente por 13 presos a quienes la dictadura mandó a hacerle el trabajo sucio, luego de que él se atreviera a contar a su familia la tortura que estaba viviendo. Ya desde junio, al iniciar una huelga de hambre, había denunciado el traslado de presos violentos con el objetivo de amedrentarlo o matarlo.
Durante esa huelga, el Consejo para la Transición Democrática en Cuba (CTDC) lanzó un grito de auxilio internacional. Su portavoz, Manuel Cuesta Morúa, fue claro: “Ferrer ha recibido siete golpizas en solo 14 días. Es una vergüenza para sus carceleros. Estamos ante un hombre que lucha por la libertad de Cuba. Y podría morir simplemente por no agachar la cabeza”.
A pesar de no estar siendo golpeado esta semana, la situación de salud de Ferrer es alarmante: tiene los oídos reventados, sufre de dolores constantes, no recibe atención médica y lo obligan a beber agua contaminada. La dictadura ni siquiera permite el ingreso de agua purificada.
¿Hasta cuándo el mundo seguirá mirando para otro lado?
Organizaciones como Amnistía Internacional han vuelto a exigir su liberación inmediata, recordando que Ferrer ha sido declarado preso de conciencia en tres ocasiones. Pero el régimen cubano se burla de esos llamados, confiado en la impunidad que le otorga el silencio internacional.
Este no es un preso común. José Daniel Ferrer fue uno de los 75 valientes condenados durante la Primavera Negra de 2003, recibiendo una sanción de 25 años, de los que cumplió ocho. En 2021, intentó sumarse a las protestas del 11J y, como castigo, lo mandaron de vuelta al infierno.
Lo liberaron brevemente en enero tras un acuerdo con el Vaticano, pero le revocaron la libertad condicional solo unos meses después, tras un operativo violento en su propia casa, sede de la UNPACU, donde alimentaba a los más necesitados.
Ahora, el régimen no solo lo encierra, sino que lo tacha de “terrorista”, en un intento desesperado por criminalizar la disidencia y justificar sus abusos.
La dictadura lo quiere silenciado, pero su resistencia sigue viva
Ferrer representa lo que el castrismo más teme: un hombre que no se doblega, que no pide perdón, que no se rinde. Un símbolo incómodo para un sistema que solo sabe gobernar desde el miedo.
Aunque esté encerrado entre rejas, golpeado y enfermo, su voz —a través de su familia, sus compañeros y sus redes— sigue retumbando en la conciencia de quienes no han perdido la dignidad.
José Daniel Ferrer está vivo. Pero no gracias al régimen, sino a pesar de él.