Mientras el régimen sigue entretenido vendiendo la ilusión de “seguridad ciudadana” en los medios oficiales, la realidad de las calles cubanas estalla por todas partes. Esta vez, una banda armada que asaltaba viviendas y negocios privados en La Habana y Pinar del Río terminó tras las rejas. Pero la noticia, más allá del hecho policial, vuelve a poner sobre la mesa el descontrol, el miedo y la violencia creciente que azotan a la isla.
Según la página de Facebook De Pinar Soy —uno de esos perfiles creados por el régimen para maquillar la información y disfrazarla de “noticia comunitaria”—, cinco hombres fueron capturados por su implicación en violentos robos a mano armada. La publicación apenas ofrece detalles, como es costumbre cuando la transparencia no figura en la lista de prioridades del castrismo, pero confirma que los arrestados están en el centro de detención de 100 y Aldabó.
En las imágenes difundidas por cámaras de seguridad se puede ver a los asaltantes en plena faena, entrando en casas con los dueños dentro, encapuchados, armados, y amordazando a sus víctimas. Todo esto, por supuesto, en medio de una economía colapsada, una moneda que no vale nada y un pueblo que sobrevive como puede, mientras los gobernantes se lavan las manos.
Uno de los detenidos fue identificado como Ángel, de Pinar del Río, pero residente en la capital. De los otros, el régimen prefiere callar los nombres. ¿Casualidad? ¿Desorganización? ¿Complicidad? Solo ellos lo saben. Lo cierto es que, según el post, la banda venía operando con total impunidad en ambas provincias, una evidencia más del colapso del sistema policial y judicial en la isla.
El aumento de crímenes con armas de fuego no es una excepción, es la nueva norma.
En junio pasado, el propio gobierno tuvo que reconocer el incremento de hechos violentos, algo que hasta hace poco negaban con cinismo. El primer coronel Eddy Sierra Arias, jefe de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), señaló que detrás de estos crímenes hay contrabando, drogas y una profunda pérdida de valores. Lo que no dijo es que es el propio sistema el que ha sembrado la desesperanza y ha obligado a muchos a delinquir para comer.
En las últimas semanas, los titulares han sido escalofriantes. Desde un hombre en Matanzas que amenazó a su pareja con una escopeta, hasta un robo en Santa Clara donde un residente fue herido de gravedad, pasando por el asesinato de un custodio en Camagüey que protegía un almacén de alimentos de la canasta básica. Todo eso, mientras la policía se gasta los recursos en vigilar activistas y acosar opositores.
La violencia se ha desatado como consecuencia directa del fracaso económico y social del régimen.
Ya en marzo, la dictadura aprobó a toda prisa un decreto ley para «controlar» las armas. Pero como todo lo que hacen, fue más una puesta en escena que una solución real. Mientras tanto, las armas caseras, los asaltos y los crímenes siguen subiendo como la espuma.
Y lo peor es que los cubanos, además de sufrir hambre, apagones y represión, ahora tienen que sumar el miedo a que les entren en la casa armados en plena madrugada.
Porque en la Cuba del 2025, lo que antes era noticia excepcional, ahora es parte del pan nuestro de cada día. Y el régimen, lejos de proteger al pueblo, sigue atrapado en su propio discurso de fantasía, mientras el país se le desmorona entre las manos.