El horror tiene nombre y rostro en Santiago de Cuba. Allí ha comenzado un juicio que ha puesto a temblar las fibras de toda una comunidad: Alberto Pérez Massó, acusado de intentar asesinar a su expareja, Dargis Vargas Ferrer, a machete limpio… y frente a la hija menor de ambos.
El caso no solo ha destapado una herida abierta de violencia machista en la Isla, sino también ha dejado en evidencia la impunidad, la desprotección y la falta de voluntad política del régimen cubano ante crímenes que destrozan familias y silencian a las víctimas.
Una escena dantesca que dejó a un barrio paralizado
Fue el 19 de agosto de 2024, en el barrio Petrocasas del Micro III, cuando la barbarie se desató. Pérez Massó, quien estaba fuera de prisión bajo un pase carcelario, entró sin permiso a la casa de su ex y la emprendió con un machete. No le importó que allí estuviera su propia hija. No le importó que hubiera testigos. La desfiguró, la destrozó, la dejó tirada en sangre como si su vida valiera nada.
Una vecina no olvida lo que vio: “Le cayó arriba como una fiera. Aquello fue una carnicería delante de la niña”. El griterío del vecindario fue tal que varios corrieron a enfrentarlo, y si no es por la llegada de la policía, lo linchan allí mismo.
Sobrevivir fue un milagro… pero las cicatrices no se borran
Contra todo pronóstico, Dargis no murió. Fue llevada de urgencia al Hospital Saturnino Lora con heridas gravísimas en la cabeza, el rostro, los brazos y las piernas. Hasta hoy sigue en recuperación. Las secuelas físicas son evidentes, pero lo más duro está en el alma.
“No perdió la vida, pero tampoco volvió a ser la misma”, cuenta una tía cercana. Dargis ha tenido que reconstruirse desde los huesos hasta el espíritu. Y aún así, sigue de pie, convertida en símbolo de resistencia, de dignidad… y de todo lo que el sistema cubano se niega a proteger.
¿Veinte años por intentar matar a una mujer delante de su hija?
La Fiscalía pide 20 años de cárcel. Pero ese número, lejos de consolar, ha encendido más la rabia de quienes exigen justicia real. ¿Cómo puede considerarse justo ese castigo cuando lo que hubo fue un intento claro y brutal de feminicidio? ¿Cómo puede hablarse de “penas severas” cuando el Estado sigue mirando para otro lado cada vez que una mujer es agredida o asesinada en Cuba?
Un familiar de Dargis lo resumió sin pelos en la lengua: “No fue una discusión, fue una ejecución fallida. Y lo peor es que el sistema que debía protegerla lo dejó sola desde antes”.
Un sistema que abandona, calla y revictimiza
Lo más grave aquí no es solo la sangre derramada. Es el patrón repetido de negligencia institucional, esa maquinaria oxidada que nunca llega a tiempo. Que no previene. Que no protege. Que solo actúa cuando la sangre corre por el suelo… y a veces ni así.
No hay protocolos de protección, no hay leyes específicas contra la violencia de género, y no hay un Estado dispuesto a priorizar la vida de las mujeres cubanas por encima del discurso ideológico.
El periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada, quien ha seguido el caso de cerca, lo dejó claro en su denuncia: “Le cayó a machetazos delante de la niña”. Esa frase, cruda y directa, lo dice todo. El horror está ahí. La impunidad también.