Mientras millones de cubanos hacen magia para conseguir un poco de arroz o pollo, Sandro Castro, el nietísimo del dictador Fidel Castro, sigue paseando sus lujos sin pudor por las redes sociales. A sus 33 años, el joven heredero de la dinastía revolucionaria se ha convertido en el símbolo más descarado del doble rasero de la cúpula castrista.
Desde Instagram, Sandro presume una vida de ricos y famosos, algo que no encaja con la propaganda comunista que su abuelo vendió durante más de medio siglo. Y el mundo se ha dado cuenta. Medios internacionales como Deutsche Welle y El País han puesto el ojo en el joven, señalándolo como la cara visible de un sistema en ruinas.
El periodista Amir Valle fue directo al grano: “Sandro es famoso por exhibir privilegios mientras el país se cae a pedazos”. Y con razón se pregunta: ¿por qué los mismos que defienden la Revolución no levantan un dedo para condenar a este hijo del poder, que pisa la memoria de su propio abuelo con cada story que sube?
Una burla a la pobreza que él nunca conoció
Mientras en la calle la gente sobrevive entre apagones, inflación y hambre, Sandro vive entre yates, autos de lujo y fiestas privadas. Su cuenta de Instagram, que ya supera los 115 mil seguidores, es una vitrina de privilegios que escupe en la cara de quienes todavía creen en la farsa del socialismo cubano.
La periodista Carla Colomé lo describió sin rodeos en El País: es un personaje que dinamita desde dentro el mito de la Revolución. Y el historiador Sergio López Rivero no se quedó atrás: “Sandro es la caricatura decadente del proyecto socialista. Un hijo mimado del poder que demuestra el fracaso absoluto del experimento castrista”.
Rebelde con aire de influencer… pero sin causa
Aunque él se autodefine como “emprendedor” y “joven revolucionario”, sus publicaciones han coqueteado más de una vez con la crítica al régimen. Desde lanzar indirectas sobre lo caro del Internet en Cuba hasta ironizar con la falta de pollo o incluso hacerle un guiño a Trump pidiendo más oportunidades para los inmigrantes, Sandro parece estar jugando con fuego… pero sin quemarse.
Y es que su apellido lo blinda, como a tantos otros hijos del poder. Es el hijo de Alexis Castro Soto del Valle (uno de los vástagos de Fidel con Dalia Soto del Valle) y Rebeca Arteaga. Creció en el corazón de la casta gobernante, entre los muros de Punto Cero, rodeado de lujos que el cubano de a pie solo ve en películas.
La exesposa de Álex Castro, Idalmis Menéndez, lo dijo sin pelos en la lengua: Sandro vivió en un mundo aparte, blindado del dolor que vivía el pueblo. Y eso, al final, es lo que más duele: ver cómo los hijos de la Revolución heredaron solo los privilegios, mientras el pueblo heredó el hambre.
Sandro no es la excepción: es el reflejo fiel de un sistema podrido hasta la raíz
Lo que molesta no es solo el estilo de vida del muchacho, sino lo que representa: el fracaso rotundo del castrismo y su falsa narrativa de igualdad. Mientras el pueblo cuenta los centavos para comprar una croqueta, los herederos del poder viven como reyes, protegidos por un aparato represivo que solo reprime al que no pertenece a su club.
Sandro no necesita dar discursos ni salir en la Mesa Redonda. Con cada publicación deja claro quién manda y quién tiene permiso para reírse del pueblo. Y en esa burla descarada se desmorona, pedazo a pedazo, el mito de la Revolución de los humildes.