La Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, considerada por el régimen como la joya de la corona energética, lleva más de 48 horas fuera del sistema nacional. Prometieron que en 84 horas estaría de vuelta, pero como siempre, nadie sabe a ciencia cierta cuándo volverá a generar un kilowatt.
Mientras tanto, el pueblo aguanta el castigo: apagones eternos, calor sofocante y un país que se cae a pedazos sin luz ni esperanza.
“Estamos trabajando sin parar”, repiten desde la planta como si el problema fuera cuestión de horas. El subdirector técnico, Román Pérez Castañeda, le aseguró al periodista oficialista José Miguel Solís que los trabajos se centran en una bomba de alimentación y un transformador clave para arrancar la caldera. También mencionó que hay turnos de 24 horas, pero ni así se atreven a dar una fecha de reincorporación.
¿La realidad? Un sistema eléctrico en coma.
Este martes el déficit energético reventó los 2,000 megawatts, según la propia Unión Eléctrica. Y este miércoles la cosa pinta igual o peor: la demanda llega a 3,140 MW y solo hay 1,880 MW disponibles. El resultado: afectación brutal en el horario pico con más de 1,800 MW en rojo. Y esto, en pleno julio, con temperaturas insoportables y una población al límite de la paciencia.
El colapso no es solo la Guiteras
Mientras se entretienen reparando la planta de Matanzas, otras seis termoeléctricas están apagadas, entre roturas y mantenimientos eternos. Más de 80 centrales de generación distribuida no operan por falta de combustible, y los parques solares nuevos, que tanto alardean, no dan abasto ni para encender una nevera.
El propio director de la Guiteras, Rubén Campos, ya había dicho que la planta venía operando en las últimas semanas por debajo de su capacidad —apenas 210 MW— por culpa de fugas graves. El objetivo ahora es recuperar 40 MW, pero eso no resuelve nada si el resto del país está apagado o a punto de fundirse.
Una emergencia que se niegan a reconocer
Mientras en las pantallas del Noticiero solo vemos gráficos y tecnicismos, el drama real se vive en las casas, en los hospitales, en las cocinas que no encienden y en los refrigeradores que echan a perder lo poco que hay. Las interrupciones eléctricas han paralizado centros de salud, interrumpido producciones básicas de alimentos y puesto en jaque hasta el agua potable en algunas provincias.
El malestar es general, y la frustración, inaguantable.
Con más del 80 % de las familias en situación de pobreza extrema, como han reconocido hasta en la Asamblea Nacional, la falta de electricidad no es solo una incomodidad: es una amenaza directa a la supervivencia. Pero el régimen sigue repitiendo discursos vacíos, sin soluciones reales.
El país se apaga. Y el pueblo ya no aguanta más.