En medio del incendio político desatado por las vergonzosas palabras de Marta Elena Feitó, exministra de Trabajo del régimen cubano, el trovador devenido en diputado, Raúl Torres, salió de su escondite virtual para hacer lo único que parece saber: defender lo indefendible con un entusiasmo tan fingido como gastado.
El músico, que hace años dejó de cantarle al pueblo para convertirse en vocero de una cúpula podrida, volvió a quedar en evidencia. Esta vez no fue con una canción mal rimada sobre algún muerto ilustre del castrismo, sino con un panfleto digital donde pretende lavar la imagen de Feitó Cabrera, luego de que la exfuncionaria afirmara, sin pestañear, que en Cuba “no hay mendigos”, sino gente que busca comida en la basura porque quiere.
Sí, como lo oyes. En el país donde cada día más cubanos se lanzan a la calle a sobrevivir como pueden, la exministra creyó conveniente decir que eso no era pobreza, sino informalidad. Y mientras lo decía, Raúl Torres, como muchos en la Asamblea, callaba, asentía, y aplaudía. No fue hasta que la ola de indignación pública —que nada tuvo que ver con “la mafia de Miami”— arrolló a Feitó, que al trovador se le ocurrió salir a hablar.
Y no habló para pedir disculpas ni para reconocer la brutal desconexión de la élite con el país real. No. Salió a repetir el guion: la CIA, los youtubers, la USAID… los fantasmas de siempre. Según Torres, todo fue un “linchamiento digital” dirigido desde el extranjero, no una reacción legítima de un pueblo agotado de ser pisoteado por burócratas sin alma.
Pero ahí no acaba el descaro.
Torres no solo justificó a la ministra caída en desgracia, sino que sugirió que los cubanos que rebuscan entre la basura podrían estar pagados para actuar. Así, con esa arrogancia que solo da el poder sin calle, el trovador decidió que la miseria cubana es un montaje. Que el hambre es teatro. Que los rostros famélicos que vemos a diario son actores contratados por el enemigo.
¿Puede haber mayor insulto?
Es la misma lógica de siempre: si no pueden esconder la pobreza, entonces la niegan, o la convierten en conspiración. Pero la realidad no se maquilla. Está en las colas interminables, en los refrigeradores vacíos, en los niños que no desayunan, en los techos que se caen. Y ni Raúl Torres ni Marta Elena Feitó tienen idea de lo que eso significa.
Porque hablar desde el confort de una oficina climatizada, con escolta y acceso a mercados especiales, es fácil. Lo difícil es mirar de frente a quien perdió la dignidad hurgando entre sobras, y tener el valor de reconocer que el sistema que tú defiendes lo empujó allí.
Lo más triste no es lo que dijo Torres. Es lo que representa. Un síntoma claro de la podredumbre del régimen. Una élite desconectada, incapaz de sentir empatía, adiestrada para mentir, manipular y señalar culpables externos, mientras se hunde el país que dicen representar.
El pueblo está cansado de que lo tomen por idiota. Ya no le compran el cuento al trovador que solo canta cuando le conviene. Raúl no defendió a Feitó por lealtad, lo hizo por cálculo. Esperó la orden de arriba, midió el terreno, y luego escribió como quien intenta barrer las ruinas después del derrumbe.
Y cuidado, que cuando alguien como él mueve ficha, no es por compasión, es porque se avecina algo más. Tal vez pronto sabremos qué hay detrás de esta toalla que le lanzó a Feitó. Mientras tanto, lo que sí sabemos es que en Cuba la decepción ya no rima, se grita. Y se vive con hambre.
