La cúpula comunista cubana ha tenido que reconocer lo que ya es un secreto a voces: la falta de cuadros calificados está asfixiando la gestión pública en la isla. Durante una sesión reciente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el primer ministro Manuel Marrero soltó cifras que dejan en evidencia el descalabro del aparato administrativo: más de 10.500 puestos de dirección están vacíos. Sí, más de diez mil sillas sin dueño en el circo político cubano.
El propio Marrero, en tono de “compañero preocupado”, intentó disfrazar el caos bajo el eufemismo de “contexto de guerra económica”. Pero lo cierto es que la inestabilidad de cargos clave, como el de intendente municipal, es una bomba de tiempo. Desde que se creó esa figura, han ocurrido 164 movimientos en el cargo, señal clara de que el sistema ni recluta ni retiene a nadie con las mínimas condiciones para gobernar.
Por si fuera poco, todavía hay vacantes sin cubrir en siete municipios y más de 130 viceintendentes por nombrar, lo cual refleja un panorama desolador. Ni hay reserva interna, ni hay liderazgo, ni hay motivación: todo se reduce a una estructura envejecida, incompetente y cada vez más improvisada.
La falta de preparación y experiencia es tan alarmante que casi el 40% de los cuadros que se han promovido no provienen ni siquiera de una cantera propia. En otras palabras: no hay relevo y los que llegan lo hacen a ciegas, empujados más por lealtades ideológicas que por capacidad real.
Marrero, en un intento de apelar a la disciplina revolucionaria, citó a Raúl Castro, repitiendo aquella frase reciclada de que “quien no sirva, que se quite”. Pero lo que no dijo es que los que se han quedado no solo no sirven, sino que tampoco se quieren quitar. El aparato burocrático está estancado, atrapado entre la desidia y el miedo al cambio.
La descentralización municipal, vendida como una gran solución, también ha sido un rotundo fracaso. El plan de crear 117 empresas municipales para impulsar la producción local ha quedado a medio camino. Sin cuadros capaces que los lideren, esos proyectos son pura fachada.
Ni siquiera en áreas sensibles como los servicios comunales hay avances palpables. Marrero intentó mostrar músculo militar al poner a un coronel de las FAR al frente del tema, pero ni con uniforme logran recoger la basura, tapar huecos ni mantener una ciudad mínimamente limpia. En La Habana, han reorganizado estructuras, sí, pero los problemas siguen igual o peor.
Ante la incapacidad interna, ahora buscan salvavidas en el extranjero. El régimen ha logrado colar 288 proyectos financiados por cooperación internacional en 113 municipios, pero los resultados son mediocres. ¿La razón? La falta de normas jurídicas claras y la corrupción estructural que impide usar los fondos de manera eficiente.
Más de 2.200 proyectos han sido aprobados, y aunque el 82% tiene una supuesta “vocación productiva”, el impacto real en los territorios es, como todo en Cuba, un cuento que no cuadra con la realidad. El propio Marrero reconoce que hay distorsiones, violaciones e irregularidades por todas partes. En otras palabras, el dinero se pierde en la maraña burocrática o en los bolsillos equivocados.
Mientras tanto, el país se hunde en una parálisis institucional sin salida, con un pueblo que ya no espera soluciones de los mismos que llevan décadas prometiendo el paraíso desde sus poltronas. La crisis de cuadros no es solo un problema administrativo, es la prueba irrefutable de que el sistema está podrido desde su raíz. Y por más discursos que den, ni con fusiles ni con decretos van a tapar el hueco que deja la ineficiencia y el hartazgo popular.