Las estatuas de Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara ya no están plantadas en el Jardín Tabacalera de la Ciudad de México. Fueron removidas por orden directa de la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, tras el clamor de vecinos hartos de ver homenajeados a dos de los símbolos más oscuros del autoritarismo latinoamericano.
Según explicó la alcaldesa, el retiro se hizo por petición popular y, además, porque el monumento fue instalado de manera ilegal y a espaldas de la normativa. “No hay un solo documento que avale su colocación. Las esculturas estaban bajo el resguardo de un trabajador de la alcaldía, sin sustento legal alguno”, denunció Rojo de la Vega en un video subido a sus redes, donde se mostró firme en su decisión.
“Los espacios públicos deben volver a ser nuestros”, recalcó, mientras recordaba cómo los vecinos llevaban tiempo reclamando la recuperación de las banquetas y el disfrute del parque, hoy liberado de íconos de una dictadura que, más que historia, ha dejado una estela de dolor y censura.
Las estatuas, conocidas como “El Encuentro”, hacían alusión al primer acercamiento entre el dictador cubano y el Che en 1955, y fueron colocadas en 2017 por Ricardo Monreal, en ese entonces jefe de la delegación Cuauhtémoc. Una acción que ahora huele más a capricho personal que a tributo legítimo, pues ni el Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos (COMAEP) dio su visto bueno.
El culto a los represores no va más, sentenció la alcaldesa. “Aquí se acabó eso de hacer lo que me da la gana, poner lo que quiero y pasar por encima de la ley. Hoy se gobierna con orden y respeto por la voluntad ciudadana, no con antojos ideológicos”, lanzó sin pelos en la lengua.
Este monumento ya había sido foco de rechazo anteriormente. En 2021, activistas de Misión Rescate México y otros ciudadanos alzaron la voz exigiendo que se retiraran las esculturas, recordando que en Cuba se encarcela a los opositores, se castiga la libertad de expresión y se vive bajo un régimen de miedo. En ese mismo año, dos personas fueron arrestadas por vandalizar las figuras con pintura blanca, un acto que fue más un grito de protesta que un simple delito.
“México no puede rendir tributo a asesinos”, coreaban los manifestantes. Y no les falta razón. ¿Cómo es posible que en un país democrático se rinda homenaje a los responsables de instaurar un régimen que hoy mismo reprime, encarcela y silencia a su pueblo?
La decisión de remover estas estatuas no es solo un gesto simbólico. Es una bofetada directa a quienes intentan normalizar o romantizar dictaduras en pleno siglo XXI. Y, sobre todo, es un acto de justicia hacia el pueblo cubano, que por más de seis décadas ha tenido que sobrevivir a la represión, al hambre y al exilio forzado bajo el puño de esos mismos rostros hoy desmontados.
En la Cuauhtémoc, al menos, se acabó el circo revolucionario. Y con suerte, esta movida se vuelve contagiosa en otros rincones donde aún se veneran las figuras de quienes jamás debieron ser glorificados.