La estación de Alquízar, en Artemisa, fue escenario de otro lamentable episodio que pone al descubierto el colapso del sistema ferroviario cubano. El pasado 10 de julio, mientras un tren de pasajeros permanecía detenido, un grupo de desconocidos lo apedreó sin piedad, dejando los cristales de una ventanilla destrozados.
Aunque por suerte no hubo heridos, las imágenes compartidas en redes sociales hablan por sí solas: un transporte ya remendado hasta los tuétanos, ahora más deteriorado aún por la furia de una población harta y frustrada.
Ni trenes, ni guaguas, ni paciencia
Este nuevo ataque no es un hecho aislado. En los últimos meses se han multiplicado los casos de vandalismo contra trenes y ómnibus por todo el país. Y es que el cubano de a pie está cansado de esperar horas bajo el sol para montarse en una chatarra sobre ruedas, si es que llega.
En octubre del año pasado, el tren número 13 que viajaba desde La Habana hasta Guantánamo fue blanco de pedradas entre los municipios de Mella y Baraguá, en Santiago de Cuba. Pasajeros entraron en pánico, y solo gracias a una patrulla policial a bordo se logró calmar el revuelo. La ferromoza que vivió el ataque lo llamó “despreciable”, pero también confesó el miedo que sintieron todos.
“Esto afecta a los que menos culpa tienen”, soltó con indignación Orgiel Pérez Milanés, director de la Agencia de Rutas Nacionales, recordando que hasta una niña resultó herida en otro ataque similar a un tren que iba rumbo a Santiago.
Y tiene razón: cada coche que queda fuera de servicio es un golpe directo a la gente humilde que depende de ese único viaje para ver a su familia, asistir a una consulta médica o simplemente llegar a su destino. Pero en un país donde el transporte es una ruina y las autoridades solo reparten excusas, ¿quién aguanta más?
La violencia no se justifica, pero tampoco nace de la nada
Los ataques también han alcanzado al tren La Habana-Bayamo, el coche 2 del La Habana-Holguín, y a varias guaguas en rutas urbanas de la capital. En abril pasado, ómnibus de diferentes líneas fueron apedreados sin razón aparente, mientras cumplían sus recorridos habituales.
Desde el gobierno, los discursos oficiales suenan más a amenazas que a soluciones. El ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, se limitó a decir que “los culpables recibirán las sanciones que merecen” y que “el pueblo los repudia”. Pero la realidad es otra: ese mismo pueblo ya no cree ni en sanciones ni en discursos vacíos.
Porque cuando se vive en un país donde el transporte público es un desastre, donde los trenes funcionan a medias y las guaguas llegan cuando les da la gana, la rabia se acumula, y muchas veces explota por el lugar equivocado.
¿Vandalismo o grito desesperado?
La Unión de Ferrocarriles de Cuba asegura que ante estos actos se activa un “protocolo de respuesta inmediata” con policías y órganos de investigación. Pero la pregunta es: ¿dónde estaban antes? ¿Por qué nadie investiga el abandono del sistema ferroviario, la falta de mantenimiento, la escasez de piezas, la pésima planificación y la ausencia total de respeto hacia el pueblo?
Apedrear un tren no es la solución. Pero tampoco lo es un régimen que ha dejado a los cubanos sin trenes, sin guaguas y sin esperanza. Lo que estamos viendo no es simple vandalismo: es el síntoma de un país donde todo se está cayendo a pedazos, empezando por el propio gobierno.
