En pleno corazón de Ciudad de México, dos figuras que simbolizan la opresión y el autoritarismo en Cuba fueron finalmente desmontadas del Jardín Tabacalera, en la alcaldía Cuauhtémoc. Las estatuas de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara ya no están donde el régimen cubano las quiso plantar hace años como parte de su propaganda internacional. Y vaya que el hecho ha levantado polvo.
La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum salió al paso tras el retiro, sugiriendo que las polémicas esculturas podrían reubicarse en otro sitio “porque forman parte de un momento histórico”. Según ella, más allá de simpatías políticas, hay una historia compartida entre Cuba y México que no debe borrarse.
Pero claro, ese “momento histórico” al que alude Sheinbaum es el punto de partida de una tragedia para millones de cubanos: la llegada al poder de un régimen que ha convertido a Cuba en una prisión de hambre, censura y miseria. Reivindicar esa etapa como algo a preservar es, cuanto menos, un desatino.
“Si no quieren que eso esté ahí, hablamos con la jefa de Gobierno”, dijo Sheinbaum en conferencia de prensa, minimizando la controversia como si se tratara de un adorno cualquiera y no de dos íconos que representan décadas de represión para el pueblo cubano.
La alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, ordenó el retiro de las estatuas alegando falta de permisos y documentación legal para que permanecieran en ese espacio público. Y ahí mismo, la izquierda más radical de México se revolvió.
El Partido Comunista Mexicano (PCM) pegó el grito en X (antes Twitter), tildando la medida de “acto anticomunista y antipopular”. Para ellos, la retirada de los bustos de los dictadores es “un agravio a la amistad entre Cuba y México”. Incluso acusaron a Rojo de querer convertir su alcaldía en “un bastión derechista”.
Pero no se trata de ideologías: se trata de ética, de memoria, y de respeto a quienes han sufrido directamente las consecuencias del castrismo. Porque no olvidemos que hoy por hoy, miles de cubanos viven varados en México, muchos en la propia Ciudad de México, tras escapar del infierno que representa la isla.
¿Qué sentirán esos cubanos al ver los rostros de quienes destruyeron su país convertidos en estatuas en medio de una plaza pública? No es historia, es revictimización.
Las estatuas fueron instaladas en 2017 como un gesto simbólico del régimen de La Habana, en honor al paso de Fidel y el Che por México antes de lanzarse a la llamada Revolución cubana. Pero con el paso del tiempo, ese símbolo se ha transformado en una afrenta para quienes conocen de primera mano el precio de esa “revolución”: hambre, cárcel y exilio.
Hoy, el retiro de esas estatuas no es solo un gesto administrativo. Es una señal de que algo está cambiando. De que la narrativa impuesta por el castrismo ya no se traga tan fácil fuera de Cuba. Y aunque Sheinbaum hable de moverlas a otro sitio, lo cierto es que ya no podrán ocultar que Fidel y el Che, por fin, fueron bajados del pedestal.
