Una vez más, la Aduana cubana ha salido a pavonearse en redes y noticieros, como si con eso pudiera maquillar el desastre institucional que vive la isla. Esta vez anunciaron la detección de un hombre que intentó introducir cocaína líquida al país, supuestamente escondida dentro de condones que llevaba dentro de su cuerpo. El hecho ocurrió en el Aeropuerto Internacional José Martí, en medio de la cruzada que el régimen dice estar librando contra el narcotráfico.
Fue William Pérez González, uno de los vicejefes de la Aduana General, quien confirmó el caso sin dar nombre del detenido, pero dejando claro que ahora se encuentra bajo custodia. Según las autoridades, se trataría de cocaína líquida que el hombre habría intentado pasar como si nada. Pero más allá del show propagandístico, lo cierto es que este tipo de noticias parecen diseñadas para desviar la atención de lo que realmente apesta en el país.
“Tecnología especializada”, “blindaje fronterizo” y otros cuentos chinos
Las declaraciones del funcionario estuvieron llenas de frases altisonantes: que si la vigilancia está reforzada, que si los agentes están más preparados que nunca, que si el “blindaje fronterizo” es indestructible. Todo un despliegue de grandilocuencia para pintar un panorama de control que, en realidad, contrasta con la realidad de una isla porosa a la corrupción y con un Estado policial más preocupado por censurar opiniones que por resolver problemas estructurales.
Mientras los cubanos se rompen el lomo para buscar comida, medicinas o un pasaje para escapar, la Aduana presume de eficiencia frente a un fenómeno que crece precisamente por la miseria que el propio sistema genera. El aumento del tráfico de drogas en Cuba no es casualidad: responde al desespero de muchos por sobrevivir en un país asfixiado por la escasez, la represión y la falta total de oportunidades.
Creatividad delictiva versus represión institucional
Según Pérez González, los métodos usados por los traficantes son cada vez más “ingeniosos”. Habla de cápsulas ingeridas, sustancias escondidas en objetos de uso personal, frascos disimulados en maletas, incluso gominolas y cigarrillos electrónicos con droga. Y sí, es cierto: la desesperación da para todo. Pero lo que nunca dice es qué ha hecho el régimen para que las personas no se vean empujadas a estas decisiones extremas.
Lo que sí hacen es recordarnos, una y otra vez, que hay “tolerancia cero” y que las consecuencias legales serán duras. Como si la amenaza de cárcel pudiera tapar el colapso moral y social que ha provocado más de seis décadas de desgobierno.