Después de seis años de estar apagado y olvidado como un televisor ruso sin control remoto, el tren que conecta la Estación Central de La Habana con Expocuba volvió a rodar el 2 de julio. Con bombo, platillo y declaraciones oficiales, las autoridades quisieron venderlo como un empujón al turismo local, una movida para darle “vidilla” al mayor recinto ferial del país. Pero la realidad, como casi siempre en Cuba, no se dejó pintar con brochazos de optimismo: el lugar sigue igual de desolado que antes.
Una vía rescatada del abandono… ¿para qué?
Más de diez kilómetros de línea férrea fueron rescatados del abandono, de los escombros y de la desidia que caracteriza todo lo que toca la mano estatal. Un conductor del tren contaba que fue un trabajo duro, pero que lo hicieron con la esperanza de revivir un trayecto que en sus buenos tiempos era el paseo ideal de muchas familias habaneras.
Hoy, el tren hace dos viajes diarios de miércoles a domingo, cargando tres vagones vacíos la mayoría del tiempo. Con capacidad para 204 pasajeros, muchas veces apenas suben diez gatos. Atraviesa zonas populosas como La Habana Vieja, 10 de Octubre y Arroyo Naranjo, pero ni eso logra llenar los asientos. Ni con el tren regalado la gente quiere ir a Expocuba.
Cero ambiente, cero entusiasmo
La decepción se respira desde que uno pone un pie en el lugar. La falta de público es tan evidente que los mismos trabajadores se pasean cabizbajos, contando tickets vendidos como si fueran limosnas. Una empleada confesó que a veces entran menos personas que la capacidad total del tren. En otras palabras, ni con transporte gratuito la cosa mejora.
Y si te preguntas por qué la gente no va, no hay que mirar muy lejos: Expocuba está desmoronándose a pedazos. Las instalaciones se ven maquilladas por fuera, pero por dentro huelen a moho, a abandono y a óxido viejo. Un visitante describió el lugar como “una vieja con colorete” y la comparación no puede ser más precisa.
Un recuerdo en ruinas
Para quienes crecieron visitando Expocuba, regresar hoy es como caminar por las ruinas de un recuerdo. El parque de diversiones está desbaratado, sin repuestos ni mantenimiento. La tecnología china de hace tres décadas ya no da más: bicicletas clausuradas, carruseles oxidados, carritos locos fuera de combate, juegos acuáticos con filtraciones y un puñado de botes navegando como pueden en una laguna artificial.
La tirolesa es de lo poco que queda en pie, y ni siquiera se siente segura. Un padre decía con miedo que pasar cerca de la vieja oruga (la montaña rusa infantil) con los niños da más miedo que emoción. Las barandas están podridas, cualquier día se desploma. La única alternativa para entretener a los muchachos es un parque inflable, pero el precio mete miedo: dos horas ahí son un lujo que no cualquiera puede pagar.
Un interés privado que nunca llega
A pesar del deterioro, algunos empresarios privados han mostrado interés en arrendar zonas como el parque temático, con la intención de levantar algo decente. Pero nada que hacer: el control lo tiene el Grupo Empresarial PALCO, apéndice directo del Consejo de Estado. Aquí no importa si no hay público, lo que vale es que en octubre todo luzca bonito para la Feria Internacional de La Habana. Después, vuelta al olvido.
Comida cara, opciones pocas y caras largas
La oferta gastronómica también es triste. Un puñado de restaurantes y cafeterías luchan por atraer a los pocos que llegan. “Cazan a los clientes como si fueran moscas”, decía una visitante. El menú: pollo, cerdo o res con arroz blanco, vianda y algo que simula ser ensalada. Todo esto por no menos de 750 pesos. Y eso si tienes suerte.
Un refresco de lata a 130 pesos por niño, una cerveza de dos litros a 600… Y ni hablar del bar El Mirador, el único que realmente atrae por su vista panorámica. Subir ahí puede costarte más de mil pesos entre un pan con queso y una piña colada. ¿Y luego qué? Nada. “Caminas, comes algo si puedes, te aburres y te vas”, resumía otra visitante, con un tono que mezclaba resignación con molestia.
Un símbolo de lo que fue y ya no es
Expocuba es hoy el reflejo fiel de lo que ha hecho el régimen con el país: un espacio que alguna vez tuvo potencial y alegría, convertido en un cascarón vacío. Una vitrina para la propaganda oficial, que solo se repara una vez al año para tapar el desastre de siempre.
Mientras tanto, los niños siguen sin juegos, las familias sin espacios dignos para disfrutar, y el pueblo… sin opciones, como siempre.