En otra escena surrealista de la tragicomedia cubana, la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, volvió a hacer gala de la desconexión total del régimen con la realidad del pueblo. Esta vez, en lugar de hablar de estrategias concretas para acabar con la escasez, se fue en elogios a inventos como croquetas de plátano y un supuesto caldo base, que ahora forman parte del menú de «alternativas» en la deteriorada red comercial de la isla.
Desde su intervención en la Asamblea Nacional del Poder Popular, Díaz Velázquez no hizo más que reforzar la narrativa absurda del gobierno, presentando estas ideas como grandes avances ante el desabastecimiento. Según ella, estas fórmulas son “respuestas creativas” frente al caos económico que ellos mismos han generado. ¿Creatividad o desesperación maquillada?
La ministra mencionó “experiencias positivas” en lugares como Imías y San Antonio, donde –según sus palabras– se han visto iniciativas de todo tipo. “Croquetas de plátano, caldo base de pescado… en fin, hay alternativas”, afirmó sin sonrojarse, como si se tratara de un festival gastronómico y no del reflejo de una crisis de alimentos sin precedentes.
Pero lo que realmente indigna es su forma de presentar estas “soluciones” como una muestra de eficiencia. Habló con entusiasmo sobre el “vínculo” entre empresas, productores y el Sistema de Atención a la Familia (SAF), diciendo que en algunos municipios “todos los días el SAF tiene asegurada la proteína”. Claro, eso sí, porque los pescadores tienen que entregar obligatoriamente lo que sacan del mar, como en una novela distópica, no como parte de un sistema justo o funcional.
Mientras el pueblo sobrevive con una libreta de abastecimiento que cada vez da menos, la ministra insiste en que la clave está en la “autogestión” y el “uso de recursos locales”. Pero en ningún momento mencionó cómo piensa solucionar los verdaderos problemas: la inflación, la falta de insumos, los salarios miserables o la corrupción enquistada en cada institución del Estado.
También habló de centros de elaboración no estatales que, según ella, podrían ayudar a paliar la escasez de productos normados. Eso sí, dejó claro que primero deben abastecer al comercio estatal. El pueblo siempre queda para lo último. Y aunque reconoció fallos en la integración de estas experiencias, lo más importante para ella fue remarcar que los precios deben ser “justos” y que debe haber “reglas claras”. Como si esas reglas no las impusiera el mismo régimen que ha destruido el sistema productivo nacional.
En resumen, entre croquetas de plátano, caldos inventados y palabras vacías, el gobierno cubano sigue improvisando soluciones que no llenan el estómago ni calman la frustración. En vez de asumir la responsabilidad por la miseria en que han sumido al país, siguen apostando por el show político y los discursos decorados, mientras el cubano de a pie lucha por llevar algo a la mesa.
Y en medio de apagones interminables, una inflación galopante y salarios que dan risa, el pueblo ve cómo sus dirigentes celebran ideas sacadas de un recetario de supervivencia. Porque al final del día, lo que está en juego no es solo la comida, sino la dignidad de un pueblo que ya está harto de vivir de inventos.
