El circo político de la Asamblea Nacional cerró este viernes con una escena digna de libreto. Raúl Castro, como salido de entre bastidores, apareció dando alaridos de “¡Viva Díaz-Canel!” y “¡Viva la Revolución!”, como si no bastaran los apagones, el hambre y la desesperanza para recordarnos en qué punto estamos. El episodio coincidió nada menos que con la modificación exprés de la Constitución, que eliminó el límite de edad para postularse como presidente. Todo bien calculado, como quien no quiere que se note la jugada.
Un espectáculo montado para sellar el control
Desde la Presidencia de Cuba compartieron el video de la escena como si fuera un acto glorioso. Lo llamaron “una auténtica Asamblea del pueblo”, aunque el único “pueblo” que allí habla es el que obedece órdenes desde arriba. Detrás de Raúl, Díaz-Canel —más tieso que nunca— respondió al griterío con un forzado “¡Y viva Raúl!”, completando el teatro con guion de partido único y público cautivo.
Ese cierre triunfal, que para ellos es sinónimo de “unidad revolucionaria”, llegó justo después de que aprobaran sin consultar a nadie la reforma al artículo 127 de la Constitución. Así, le quitaron de un plumazo el límite de edad de 60 años que se exigía para ser presidente en un primer mandato. O sea, abrieron la puerta para que el mismo liderazgo oxigenado por la historia se siga atornillando al poder.
Reforma hecha a la medida del jefe
El propio Esteban Lazo confesó que la jugada fue ideada por Raúl Castro, avalada por el Buró Político del PCC y cocinada desde el Consejo de Estado. Todo bien cerrado, sin preguntarle a nadie, porque según el régimen “no hace falta referendo”. Total, para ellos el pueblo solo cuenta cuando hay que aplaudir.
¿Y el argumento oficial? Que el país está envejeciendo y hay que aprovechar la “experiencia y fidelidad” de los veteranos. Lo que no dicen es que esa experiencia es la misma que ha llevado a Cuba al borde del abismo. Y esa fidelidad solo sirve para mantener a flote una cúpula política cada vez más desconectada de la realidad del cubano común.
Censura, escándalos y aplausos cómplices
Durante las sesiones, la ministra de Trabajo soltó una de esas frases que retratan perfectamente la burbuja en la que vive el poder: dijo que en Cuba no hay mendigos, sino “personas disfrazadas” de pobres. Un insulto directo a miles de cubanos que hoy sobreviven entre ruinas, hambre y abandono.
Mientras los diputados la aplaudían como focas amaestradas, en redes sociales ardía la indignación. Tanto fue el revuelo, que Díaz-Canel no tuvo más remedio que sacrificarla y sacarla del cargo, aunque todos saben que solo fue una cortina de humo para tapar la tormenta.
¿Cambio generacional? Mejor seguir en lo mismo
Antes, la Constitución decía que había que tener entre 35 y 60 años para aspirar a la presidencia. Pero ahora, con Díaz-Canel cumpliendo 65, era urgente mover la cerca y cambiar las reglas del juego. Porque en el socialismo cubano, las leyes se doblan cuando molestan a los de arriba.
Con esta reforma, no solo le abren el camino a la reelección indefinida de Díaz-Canel, sino que entierran cualquier posibilidad real de renovación política. La supuesta preocupación por el “futuro de la nación” no es más que un disfraz para seguir reciclando los mismos rostros que han llevado a Cuba a la ruina.
Y mientras tanto, el pueblo —el de verdad, el que suda, espera la guagua y duerme sin luz— sigue atrapado en el mismo ciclo de promesas huecas y decisiones impuestas. Porque en la Cuba oficial, el cambio solo ocurre cuando conviene a los de siempre. Y ahora más que nunca, parece que lo único que quieren cambiar… es la Constitución.